Las obras del demonio provienen de su naturaleza,
y Cristo nos ha advertido que es mentiroso y homicida, por lo que cuando miente, obra conforme a su naturaleza (Jn. 8, 44)
y todo cuanto hace es para perder al hombre que vive en la tierra, ya que a Dios nada puede mutarlo y a los ángeles de Dios
tampoco, lo mismo que a los justos del cielo.
La acción del diablo conforme a su naturaleza
quedó descubierta ya desde el cielo, cuando Cristo, que es la luz verdadera e increada, desde el seno de la Virgen María,
iluminó los cielos, cuando Dios la hizo aparecer como una señal, vestida de sol y con la luna bajo sus pies (Apoc. 12, 1-2).
La luz de Cristo traspasó los cielos empíreos,
de manera que la luz natural de los cielos creados para ser morada de los ángeles, fue traspasada por la luz sobrenatural
e increada del Verbo desde el seno de María, que estaba lista para su nacimiento, esto es, llena de gracia y traspasada igualmente
por esta misma luz. En este acto iluminó y traspasó a cada uno de los ángeles, dejando al descubierto en ellos el interior
de sus personas y la voluntad de servir y amar al Verbo de Dios en esta su morada
y la voluntad soberana de hacerse hombre, o de oponerse y no servirle.
Es así que la acción del demonio, que constituye
su iniquidad, quedó al descubierto por la luz de Cristo por María (Ez. 28, 18; Apoc. 12, 3), y en ese acto repudió todo lo
bueno de él (Ez. 28, 16), aquello que Dios le dio y en lo que se había complacido cuando lo creó (Gn 1, 31), aquello que por
su comercio ya había marchitado y muerto (Ez. 28, 5; 16, 18), quedando como un cascarón de apariencia. Quedó solo la
verdad: se había convertido en la propia iniquidad de su acto, en dragón rojo, padre de la mentira y enseguida realiza el
acto que es consecuencia del primero: se convierte en homicida, al acechar para devorar al hijo de la mujer (Apoc. 12, 4)
y en el enemigo mortal del cristiano (Apoc. 12, 17).
Esta última acción ocurre ya en la tierra
y en contra del hombre, que ha sido destinado a juzgarlo, incorporado en Cristo:
“El Apocalipsis nos
dice que los demonios fueron precipitados sobre la tierra; su condena definitiva aún no se ha producido, si bien es irreversible
la selección efectuada en su momento, que distinguió a los ángeles de los demonios. Todavía conservan, por tanto, un poder,
permitido por Dios, aunque “por poco tiempo”. Por eso apostrofan a Jesús: “¿Has venido aquí a atormentarnos
antes de tiempo?” (Mt. 8, 29). El juez único es Cristo, que asociará a sí mismo su cuerpo místico. De tal modo debe
entenderse la expresión de Pablo: “¿No sabéis que nosotros juzgaremos a los ángeles?” (1 Cor. 6, 3). Es por este
poder que aún ostentan por lo que los endemoniados de Gerasa, volviéndose a Cristo, le rogaban: “que no los mandase
volver al abismo”… (Lc. 8, 31-32). Cuando un demonio sale de una persona y es arrojado al infierno, para él es
como una muerte definitiva. Por eso se opone tanto como puede.. pero deberá pagar los sufrimientos que causa a las personas
con un aumento de pena eterna. San Pedro es muy claro al afirmar que el juicio definitivo sobre los demonios aún no ha sido
pronunciado, cuando escribe: “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que precipitados en el infierno, los entregó
a las prisiones tenebrosas, reservándolos para el juicio” (2 Pe. 2, 4)” (Gabriele Amorth. Op. Cit. Pp. 30-31)
Por estos hechos conocemos que la acción del
diablo es la de engendrar la mentira y matar la vida divina en el hombre, tal cual lo hizo consigo mismo; hacerle la guerra
durante toda su vida mortal.
Desde antiguo se ha sostenido que el diablo
con su rebelión quiso destronar a Dios, pero parece ser más apropiado con su naturaleza el señalar que con su pecado, quiere
destruirlo y destruir todas las obras de Dios, objetivos que por supuesto jamás alcanza ni alcanzará. Quiere instaurar un
reino distinto, uno de mentira y muerte; horror, odio, dolor, putrefacción, locura,
un reino que corresponde a lo que él es, naturaleza que por si misma se odia eternamente.
El diablo actúa para destruir al hombre, por
la imagen que guarda con Dios. Odia incluso a sus servidores, los que se le entregan por pactos implícitos y explícitos. Su
acto es el de una extrema violencia cuyo alimento es el odio total de su ser, aunque ordinariamente la manifestación de este
acto esta revestido de una extrema cobardía y mentira, ya que carece del valor para presentarse tal como es (Gn. 3). En este
ocultamiento constante de su persona, radica su poder seductor, ya que su sola apariencia –en la medida en que la entendiera
cualquier hombre, incluso el más ignorante—serviría como un gran aliciente para la conversión de la persona.
La visión del demonio forma parte de las penas
del infierno, ya que es insoportable y produce gran daño. A este respecto señala un diálogo entre Jesús y Santa Catalina de Siena:
“Si bien te acuerdas
, cuando Yo te lo mostré (al diablo) que fue casi un punto, , tú después de que volviste en ti, hubieras elegido andar por un camino de fuego, aunque durara hasta el día del juicio, antes que verle”
(Santa Catalina de Siena. El Diálogo. Citada por Francisco Martínez G.
Op. Cit. P. 40)
Por tanto, se le reconoce por su acción, la
cual tiene una serie de manifestaciones que van desde lo más grotesco y espantoso de las posesiones diabólicas, pasando por
la sujeción ordinaria de los que quieren permanecer en el pecado, hasta lo más sutil de la fascinación y/o del engaño que
obran los que se han hecho los hijos del diablo, cuyos prototipos son el anticristo y su profeta (Apoc. Cap 13), quienes
pronto vomitarán su odio contra los de Cristo, como hicieran los fariseos con Él (Jn. 8, 44).
Así la acción del demonio en el mundo es la
de mentiroso y homicida, y esta acción tiene por objeto destruir la imagen de Dios en el hombre, para destruir el reino de
Dios en él y hacerlo ciudadano de su reino de odio y muerte (Hebr. 12, 4).
Además de las posesiones, en el Nuevo Testamento
se expone el gran despliegue de la actividad del demonio: impide que los cristianos se reúnan (I Tes. 2, 18), abofetea al
cristiano para que no se engría (II Cor. 12, 7), los hace encarcelar (Apoc. 2, 10);
seduce de manera engañosa (I Tim. 4, 1), llena el corazón del hombre para inducirlo a pecar contra el Espíritu Santo (Hech. 5, 3), mata inocentes (Mt. 2, 13-18), es el tentador (Mt. 4, 1-11), produce
el escándalo (Mt. 16, 23), induce a la traición y la asechanza, pone el pecado, el homicidio, la codicia, la avaricia y el
robo, en el corazón del hombre y de esta forma lo hace poseso por aceptación de tales pecados (Jn. 6, 70-71; 12, 4-6; 18,
3; Lc. 22, 3-6). Siembra la cizaña junto a las buenas intenciones y obras que Dios siembra en el hombre, y pone a sus hijos,
los malvados, al lado de los buenos para hacerles el mal (Mt. 13, 24-39); quita las buenas obras que Dios siembra en el corazón
de los hombres que no se preocupan por entenderlas ni realizarlas (Mt.13.19). Induce pensamientos en quienes se han hecho
hijos del diablo; induce el pecado en contra del Espíritu Santo (Mt. 12, 24-32);
si alguno le da acogida en su interior, va por otros siete demonios peores para introducirse en ese hombre (Mt. 12, 43-45);
magnifica respetos humanos para ocasionar daño a los que son de Cristo (Mt. 14,
6-10).
Asimismo, planta intenciones, acciones y cría
individuos que se escandalizan y escandalizan a los demás contra la verdadera doctrina de Cristo (Mt. 15, 13); manipula los
sentimientos de los hombres contra la voluntad de Dios (Mt. 16, 22); induce al falso arrepentimiento y la desesperación y
el suicidio (Mt. 27, 3-5); induce sentencias injustas (Mt. 27, 17-25). Produce largas enfermedades (Lc. 12, 10-11); reclama
a Dios para que le permita zarandear a los cristianos, tentarlos para que caigan en el pecado, incluso en la presencia misma
de Cristo y al siguiente momento en que Dios mismo ha comunicado algo al cristiano (Lc. 22, 31-32; 34, 56-60). También asume
los pensamientos y juicios del hombre como propios para hablar y actuar a través de este, cuando en lugar de ponerse en manos
de Dios, confía más en sí mismo y en sus percepciones e inclinaciones (Mt. 16, 13-23).
Para ver la acción del demonio en el Antiguo
Testamento, basta citar el Libro de Job.
López Padilla anota la naturaleza de las acciones
del diablo en la tierra:
“El demonio, como espíritu
puro que es, tiene el gobierno sobre las cosas materiales. Puede, por tanto, imprimir a los cuerpos un movimiento local. Ahora
bien, el demonio no puede obrar sobre los cuerpos de modo que los cambie sustancial
o accidentalmente con su acción inmediata, sino que todos los efectos que produce en las cosas materiales con su virtud natural
los obtiene mediante la aplicación de otros agentes corporales de los que se
vale como de instrumentos, poniendo a las fuerzas físicas en el contacto de proximidad
necesaria para ejercer su actividad natural...” “...de esta manera puede el demonio de suyo curar muchas
enfermedades, modificar muchas funciones de la vida vegetativa, como la nutrición y la generación; provocar los actos de la
vida sensitiva; afectar de diversas maneras los sentidos; exaltar los sentidos, despertar la memoria; imitar la voz del hombre, o de cualquier animal, etc. El principal medio de que puede servirse para su acción
sobre las cosas materiales, es la potestad que tiene, como todos los ángeles, de mover los cuerpos de un lugar a otro. ¿No
nos cuenta el Evangelio que Satanás trasladó
a Jesús sobre el pináculo del Templo? (Mt. 4, 11). (Luis Eduardo López Padilla. Op. Cit. P. 90)
Siempre sujeto a pedir permiso y obedecer
a Dios, el demonio puede realizar todos los fenómenos que resulten de movimientos naturales de las fuerzas físicas, debido
a que es inherente a su naturaleza, lo cual, con respecto del hombre resulta del orden preternatural, esto es, más allá de
todas las posibilidades del hombre para realizarlo.
El demonio no puede obrar directamente sobre
la voluntad del ser humano, pero si de manera indirecta, presentando un objeto como deseable o impresionando a los sentidos,
la imaginación y el apetito sensible, por lo cual resultan dos maneras de acción del diablo sobre las sensaciones del hombre
actuando sobre un objeto exterior: haciéndolo aparecer o desaparecer y obrando sobre los cinco sentidos.
De igual manera puede actuar sobre los sentidos
internos del hombre, que son el sentido común, imaginación, instinto y memoria. Sobre la imaginación, que es el más vívido,
el diablo puede producir visiones extraordinarias, fuera de la realidad, mediante las cuales engaña con falsas revelaciones,
o también con hechos que siendo ciertos, los utiliza para sus fines de mentira. Puede
producir sensaciones muy diversas en las personas: hambre, sed, frío, calor, bienestar, malestar.
Puede afectar las funciones vegetativas de
la nutrición y el crecimiento; puede excitar sentimientos y pasiones mediante representaciones a los sentidos, así como de
humores y disposiciones corporales, por lo que le es posible provocar amor, odio, tristeza, melancolía, ira, tedio deseo,
desaliento, etc. Todo ello para inducir al hombre al mal o provocarle daño. Las
curaciones que realice, solamente son un engaño, ya que la enfermedad, en estos casos, es producida por él mismo, por lo que
solamente deja de producirla.
También el diablo puede producir fenómenos
extraordinarios, que trata de hacer pasar como milagros, hacer levitar a las personas, producirles visiones y éxtasis místicos,
revelarles cosas ocultas o hechos que pasarán.
La iglesia diferencia dos tipos de actividad:
ordinaria y extraordinaria. La primera es la tentación. Ya se explicó que es el tentador y origen de esa actividad para oponer
al hombre a la voluntad de Dios y perderlo, pero desde el punto de vista del agente el diablo es uno de los tentadores, ya
que existen otros dos, los cuales son distintos, pero se coaligan con el diablo para la perdición del alma, y por eso se les llama enemigos de la salvación: el mundo y la carne.
En el análisis de la acción del diablo desde
el punto de vista del trabajo y esfuerzo dedicado cuantitativamente, se dedica
a tentar a los justos y a los que quieren permanecer en estado de gracia. Ello con la permisión divina, de tal manera que
la tentación se restringe por parte del sujeto pasivo a esta delimitación, que adquiere relevancia fundamental para el demonio
desde el momento en que la presencia de los hombres de Dios, por sí misma repele al demonio y es luz que alumbra desde lo
alto a los demás (Mt. 5, 14), por el ejercicio pleno de la triple consagración bautismal. Ello significa una guerra total
y sin tregua contra las fuerzas infernales. Por su naturaleza es de ataque del demonio en contra del cristiano, quien con
ayuda de Cristo vence, por lo cual su trabajo es de resistencia frente al enemigo (I Pe. 5, 8-9).
Corrado Balducci explica la naturaleza de
la acción del diablo luego de que alguien ha caído en la tentación, que a nuestro
juicio ya no se trata de tentación, sino del trabajo de establecer su simiente entre los hombres, de hacerlos sus hijos, para
que a su vez, estos trabajen en las tres actividades fundamentales de su padre: perseguir a los cristianos, ser agentes de
tentación del demonio, el mundo y la carne para hacerles caer y trabajar con
sus relaciones con los que les rodean para envolverlos y extender su simiente.
Se trata de:
“...un trabajo continuado,
más insistente, más penetrante, dirigido a alejar al hombre de Dios, a mantenerlo alejado de él, hasta llegar a ofuscar, a
apagar esos sentimientos y esos valores fundamentales de amor y justicia que el creador puso en el corazón del hombre; así
que este, nacido para ser la habitación de Dios, termina convirtiéndose en la habitación del diablo, mansión más o menos operosa,
activa, que tiende y que puede llegar en ciertos casos a transformar al hombre en un portador del mal, en un demonio encarnado.
“No es fácil investigar
qué es lo que favorece esta apertura a satanás, esta posibilidad de transformarnos en demonios. En todo caso, los continuos
rechazos a los repetidos llamados de la gracia hasta silenciarlos, no sentirlos ya, el transformar la indiferencia y la incredulidad
a la verdad religiosa en una posición de hostilidad contra ella, abandonar la verdad conocida o hasta negarla, impugnarla,
son in duda manifestaciones claras de nuestra voluntad de no querer saber nada de Dios y representan no solamente hendiduras,
sino puertas abiertas a la entrada de satanás, que se preocupará por llenar el vacío que se le ha dejado.
“¡Estos comportamientos
son como evocaciones implícitas de quien está muy contento y deseoso de entrar y volvernos como él; incluso en esto él es
remedador de aquél Dios, que, cuando le demostramos que nos queremos dar a él
y nos encaminamos por esta vía, termina por transformarnos en otros tantos dioses!” (Op. Cit. P. 166)
La acción extraordinaria es aquella que tradicionalmente
se encierra en dos apartados: obsesión y posesión.