El demonio es incapaz de generar vida,
en cambio, puede producir mentira y muerte (Jn. 8, 44), de modo que quienes se
abrazan al pecado, se hacen hijos del diablo, ya que asumen su naturaleza, no en cuanto ángel
--existencia que depende de la voluntad creadora-- sino en cuanto mentiroso
y homicida, la cual desde el punto de vista de la justicia de Dios, impera por sobre la naturaleza del ser original creado.
Lo que determina la relación de los
ángeles y los hombres respecto de Dios, es su elección por Él o contra Él, no la naturaleza con la que fue creado. En correspondencia,
por la elección de la creatura, se transforma en participe de la visión beatífica y la posesión de Dios, por lo que participa
de Él y se hace su hijo o, por el contrario, en un ente de pecado, que por rechazar
el bien supremo, se le quita todo bien y asume la naturaleza del pecado y la mentira, llena de odio, sufrimiento y horror; se hace hijo del diablo y el mal se incorpora
a su individualidad y a su esencia humana, de forma que el pecado y su consecuencia,
vienen, por su elección a ser parte integrante de su persona.
Quienes reciben a Cristo se hacen sus
hermanos e hijos del Padre, por la redención, la muerte del hombre pecador y su renacimiento por el bautismo. Con ello participan
de la naturaleza divina, ya que para eso fue creado el hombre y con Cristo consuma su vocación.
En el caso de los que rechazan a Cristo,
se hacen hijos del diablo en correspondencia con su naturaleza de mentiroso y padre de la mentira, de modo análogo
a como ocurre la filiación divina, pero con objeto distinto de naturaleza asumida, en este caso, de pecado y de muerte, ya
que es imposible que puedan obtener la esencia de algún otro ser, puesto que no fueron creados para recibir otra naturaleza
por participación que no fuera la de Dios, la cual han rechazado con todo su ser.
“…habéis
dicho: “hemos celebrado alianza con la muerte y con el seol hemos hecho pacto, cuando pasare el azote desbordado, no
nos alcanzará; porque hemos puesto la mentira por refugio nuestro y en el engaño nos hemos escondido” (Is.28, 15).
Siendo que el pecado es en esencia
una elección por el no ser, esto es, por lo que no es verdad, por la mentira, lo cual es contrario a la naturaleza del ser,
el que lo elige se hace uno con el objeto de su elección y se reviste de su naturaleza, por tanto asume como propios el odio,
la mentira, el sufrimiento y la muerte. Vienen a ser los constitutivos de su
persona.
Tal filiación se da habiéndose despojado
de todo bien de la naturaleza con la que fue creado y del bien supremo al que fueron llamados y solamente conservando la esencia
del existir, del darse cuenta de que se dan cuenta, del saber acerca de sí mismos y de las consecuencias de sus actos y fijados
en su voluntad en la elección que tomaron.
Asimismo, en la resurrección de la
carne, tendrán cuerpo y sentidos, con sus atributos. Su inteligencia jamás conocerá a Dios, ni su voluntad lo amará, ni sus
sentidos lo poseerán. Teniendo el recuerdo de Él, cuando fueron juzgados, conocerán solamente el bien para el que fueron creados
y que rechazaron y por eso se odiarán eternamente.
Los ángeles no fueron dotados del mandato
de participar de su naturaleza al hombre, por tanto, no existe el medio para que eso pueda ocurrir. Es imposible que el demonio
tenga la facultad de participar de su naturaleza a otro demonio o al hombre. Cuanto más podrá “dar su poder y su
trono y gran poderío” (Apoc. 13, 2) a un ser humano, como se dice que
lo hará con el Anticristo.
Entonces, la naturaleza de la paternidad
del demonio y de la filiación de sus hijos no es otra que la del pecado que el hombre ha querido cometer de manera voluntaria, entregarse a este por completo y rechazar a Dios.
Cristo define al demonio
como padre de la mentira y homicida desde el principio (Jn. 8, 44), “...Cuando
dice mentira, habla de su propia naturaleza; Porque es mentiroso y padre de la mentira”.
Por naturaleza se entiende: la esencia misma de una cosa. “Responde a la pregunta ¿qué cosa es
esto? A la que se contesta: una piedra, un animal, un hombre. La respuesta indica la naturaleza de la cosa en cuestión, que
la constituye en una determinada especie distintas de todas las demás”. (La
Virgen María. Royo Marín. Op. Cit. P. 92)
Entonces,
el demonio tiene la naturaleza de “mentiroso” y la de “padre de la
mentira”.
Al confrontarse esta naturaleza, con el señalamiento de Cristo a sus enemigos como “hijos del diablo”,
que quieren cumplir “los deseos de vuestro padre”, no queda duda que el diablo
es padre y que tiene hijos.
Siendo
que el demonio no puede ser padre ni tener hijos conforme a las leyes de la naturaleza establecida por Dios, conforme a la
generación de los seres --esto es, que engendre ángeles caídos como él, con los atributos del ser angélico, ya que su naturaleza
de ángel agota a su especie en sí mismo, por lo cual no existe razón en el orden del ser que le permita engendrar-- entonces
el ser padre y el tener hijos no se relaciona con la generación del ser que Dios creó, ni con las leyes que para eso estableció,
sino con el poder transformar la propia naturaleza en el objeto de su elección, en el pecado y la muerte. La paternidad y
la filiación es en el orden de la negación del ser.
Por tal motivo, desde el punto de vista
del análisis del demonio, la naturaleza de ser padre y de tener hijos, así como desde el punto de vista del examen de los
que rechazan a Cristo, de ser verdaderos hijos del diablo, proceden de su libre elección por el mal; ellos eligen la naturaleza
eterna que quieren tener.
En el diablo, el mal, el pecado, forman
parte de su naturaleza y no tiene capacidad alguna para dejar de ser diablo. En el caso del hombre, en la tierra, la elección
por el pecado lo hace hijo del diablo y lo somete a su servidumbre (Jn. 8, 34) y la permanencia en dicho pecado, así como
las reiterativas acciones pecaminosas, confirman su filiación diabólica. Sin embargo, tiene el auxilio para dejar de serlo,
ya que Cristo ha venido a salvar a los pecadores (Mt. 9, 13), a un mundo en donde todos somos pecadores (Jn. 8, 7) y ha pagado
la cuenta de todo pecado (Is. 52, 13-53, 12; Gal. 3, 13-14).
A pesar de ello, hay quienes no quieren
ser salvados por Cristo, acto con el cual determinan un juicio respecto de sí mismos:
“Los entregue
a su corazón obstinado para que anduviesen según sus antojos” (Sal. 80, 13)
“Y el juicio
consiste en que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo
el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, para que sus obras no se manifiesten tal y como son.” (Jn. 3, 19-20).
En tal condición, la señal de reprobación
implica una posibilidad en grado de certeza de condenación para quien muera en este estado, y se trata de hijos del diablo
por su elección confirmada en contra de Cristo.
Hasta aquí se ha expuesto el hecho
de la existencia de tal paternidad y tal filiación; hace falta explicar su fundamento, en qué consiste, cómo se presenta este
fenómeno, las características de los hijos del diablo, su forma de vida y operación en el mundo diabólico.
Como se ha visto hasta aquí, el diablo
tiene hijos, y han venido a serlo por su libre elección, de manera directa o indirecta; por entregarse al demonio de plano y por entregarse al pecado.
El fundamento y primera evidencia de
que verdaderamente el demonio engendra hijos, un linaje, se encuentra en la maldición que Dios impuso a la serpiente por haber
inducido al hombre a la desobediencia.
“Dijo Dios a la serpiente...maldita seas...
enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje, él te pisará la cabeza mientras tu acechas su calcañar”.
(Gn. 3, 14-15).
La
tradición de la iglesia encuentra en estas palabras, la promesa de Cristo Redentor, la cual se confirma con su venida al mundo,
su pasión, muerte y resurrección.
Adicional
a ello, la confirmación de que estas palabras también se refieren a dos linajes, entendidos como progenies integradas por
numerosos individuos que han de venir como engendrados por la serpiente y por la mujer, a lo largo del tiempo, el mismo Cristo
lo confirma y lo reiteran los apóstoles.
“Vosotros
sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él fue homicida desde el principio, y no se mantuvo
en la verdad, pues no hay verdad en él. Cuando dice mentira, habla de su propia naturaleza;
Porque es mentiroso y padre de la mentira”. (Jn. 8, 44).
“¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais
a escapar de la condenación de la Gehena? Por eso, he aquí que yo envío a vosotros profetas, sabios y escribas: a unos los
mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad...”
(Mt. 23, 33-34).
“Tu , repleto de todo engaño y de toda maldad,
hijo del diablo, enemigo de toda justicia, ¿no acabarás ya de torcer los rectos caminos del Señor?” (Hech. 13, 10).
“Entonces, despechado contra la mujer, (el dragón) se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de
Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Apoc. 12, 17).
La simiente que da origen a las dos
progenies deriva de dos formas distintas de querer y actuar con relación al decreto creador y redentor establecido por Dios orientado a Cristo, cuya contraparte
en el hombre se encuentra en la facultad de la voluntad y su ejercicio de libertad, que para satisfacer la apetencia de infinito
Dios puso en el hombre.
Los hijos de Dios vienen a serlo por
la participación de su divinidad, que Cristo nos ha dado con la redención (Gal. 2, 20),
cuyos frutos gozan quienes le reciben.
Los hijos del diablo vienen a serlo
por rechazar el don de la vida divina por participación de la de Dios y constituirse a sí mismos como dioses, a través
del acto de la muerte de sí mismos para Dios, por el pecado, y ser creadores de sí mismos en un ser distinto, con la
esencia de la mentira, el pecado y la muerte.
Estos participan de la naturaleza del
demonio –la mentira-- por elección libre y se asumen, por sus actos de permanencia en el pecado y/o por su entrega conciente
al demonio, como dioses, conocedores del bien y del mal, enseñados por
su padre.
Esta enseñanza ocurre de manera experimental,
esto es, vivencial, por medio de una vida en el pecado; vivir al detalle cada acción que conduce a cometerlo y cada una de
las acciones que conducen a ocultarlo y hacer parecer que el sujeto ha obrado bien. Esta pedagogía convierte al sujeto en
un auténtico “hombre teatral”, que asume roles de actitudes, acciones, fingimientos, etc, según las conveniencias
del momento, para obtener lo que quiere. (Cfr.r.. El hombre Teatral. Antonio del Humeau. México. 1988. Ed. Plaza y
Valdez).
El diablo, como está imposibilitado
de realizar mociones desde el interior del hombre, y siendo un grostesco remedador de las acciones de Dios, quiere hacer parecer
que su acción sale desde dentro de la persona, y para eso se vale de todos sus recursos, para ejercer la tentación, cosa que
también ocurre con el mundo y con la carne. Esta pedagogía ocurre con la vivencia del pecado, pero siempre tiene su origen
no en el alma del hombre, sino en la carne, en sus concupiscencias (Sant.1,14).
Con cada pecado, el sujeto da muerte
a la imagen de Dios en él, y se hace uno con su pecado, hasta asemejarse al mismo y va adquiriendo la naturaleza de la iniquidad, que va constituyendo a su persona. Esto ocurre en el espíritu del sujeto, que va sembrando,
para sí, la muerte (Rm. 6, 23; 8, 6-8).
Con su acto, el sujeto determina su
filiación y el demonio es su padre por derecho de naturaleza, ya que fue él quien creó el pecado, de manera que el
pecado que cometa un hombre, es un pecado creado desde el principio por el diablo, ya que antes de él no había sujeto
que pecara, ni pecado cometido. Ambas cosas ocurren al mismo tiempo primero en él.
Aunque el hombre es responsable de
su pecado, –más responsable por rechazar la gracia de Cristo—al cometerlo, entra en los dominios del demonio y
se rige por sus leyes y costumbres; se vuelve ciudadano del reino del demonio, donde las leyes son despóticas.
Al entrar en este mundo, el demonio
provee a sus hijos del alimento del pecado, para fortalecerlos en este. Los educa
con la pedagogía de la mentira y los defiende, para que no salgan de su reino. Todo ello lo realiza de manera diligente
y solícita, pródiga y constantemente, con dedicación proporcionada al odio que tiene en contra de la salvación que se les
ofrece en Cristo. Asimismo, estas acciones las desarrolla de manera paciente y sin descanso, hasta el momento de la muerte
de la persona, para llevarla al infierno.
Sin lugar a dudas, el principal trabajo
del demonio es la gestación de sus hijos en la mentira, cuya pedagogía constituye lo que se denomina “las
profundidades de satanás”. Con esta constituye su linaje porque es el fundamento de todo pecado y de todo su reino.
¿Qué es la mentira? Es el acto por
el que la voluntad de un sujeto acepta para sí el error acerca de un objeto, hecho o fenómeno, conociendo su inteligencia
la verdad. Asume al error con la fuerza que corresponde a la verdad. Con este acto transforma su naturaleza en la de mentiroso,
realiza el mismo acto del padre de la mentira, y se convierte en su hijo.
San Agustín establece ocho categorías
de mentira, las cuales analiza Santo Tomás
1.- Mentir en la doctrina sagrada
2.- Mentira inútil para
todos y nociva para algunos en concreto
3.- La que aprovecha a uno y daña a
otros
4.- La inspirada por el simple placer
de mentir y engañar
5.- Mentira para recrear
6.- La que a nadie daña pero sirve
a alguno para salvaguardar sus bienes
7.- La que ayuda a uno a salvar su
vida sin perjuicio de nadie
8.- La que sin perjuicio de nadie libra
a alguno de manchar la virtud
En estas ocho clases de mentiras, al
mentir va disminuyendo la gravedad del pecado, según se acercan a la forma octava, y viceversa.
Una cosa es mentir y otra ocultar la
verdad. Nunca se debe mentir. Pero, a veces, existe la necesidad moral de ocultar la verdad. La mentira, aún leve, es pecado
y tiene por padre al demonio. Así, miente quien niega la verdad a quien tiene derecho de saberla. Asimismo, ninguno está obligado
a revelar una verdad a quien no tiene derecho de conocerla.
En filosofía cristiana son posibles
y aceptadas dos nociones de mentira: la de la negación de la verdad, sin más; y la de la negación de la verdad al que tiene
derecho de saberla. Tanto una como otra definición se apoyan en los mismos datos ontológico-morales. La primera admite las
restricciones mentales. En el segundo caso, cuando uno pregunta sin derecho, se le puede contestar cualquier cosa; pues a
su indiscreción, en preguntar lo que no debe, se le puede oponer nuestra discreción en no responderle.
De suyo el interlocutor tiene derecho
a la verdad. Es la base de las relaciones humanas. Hay, sin embargo, casos en los que es necesario ocultar la verdad a quien
no tiene derecho de saberla.
La malicia de la falta de veracidad
es algo patente: incluso los que mienten ven mal que se utilice contra ellos la mentira. El prójimo tiene derecho a saber
la verdad, pero no tiene derecho --salvo casos excepcionales-- a que se le revele aquello que puede ser materia de legítima
reserva, ya que ocultar la verdad es lícito cuando existe causa proporcionada.
“La mentira
perturba el orden social y la pacífica convivencia entre los hombres. Sin la mutua confianza, fundada en la verdad, no es
posible la sociedad humana” (Teología Moral para seglares. Antonio Royo Marín, O.P.: 1, 2, III, Núm 792, 3º, c. Ed. BAC.Madrid).
Con la mentira es posible el reino
del demonio.
Para efectos del objetivo de estudio
que nos hemos propuesto en este apartado, la mentira como parte de la naturaleza asumida por los hijos del diablo, es necesario
abordarla desde su definición y su relación con el error, así como desde las relaciones que se generan con su operación.
Con relación al conocimiento de las
cosas, fenómenos y hechos, la verdad lógica, tomada en sentido concreto, es el conocimiento mismo en cuanto conforme con el objeto o la cosa que representa. Tomada de manera abstracta, es
“la ecuación
o la conformidad del pensamiento con la cosa conocida. En efecto, se puede decir que se sabe verdaderamente una cosa, o una
parte de una cosa, cuando existe tal como se le piensa. Así la verdad lógica difiere de la verdad moral y metafísica. La verdad
moral es la concordancia del lenguaje con el pensamiento; la verdad metafísica es el objeto mismo en cuanto conforme con el
intelecto divino, y consiguientemente la ecuación del objeto con la inteligencia creadora”. (D. Barbedette, P.S.S. Op. Cit. P. 11-12).
A su vez, el error es la falta de conformidad
entre el juicio y el objeto juzgado. En este sentido, no hay error o verdad, sino en el juicio. El error no se asienta en
la aprehensión de los sentidos, los cuales en todo caso son objeto de ilusiones, las cuales producen ocasiones de falsos juicios.
El error no es una verdad incompleta; su origen se ubica en una falla en la mente y en la voluntad del hombre. El error no
se produce sin algún movimiento desordenado de la voluntad.
“... la
voluntad más o menos libre (el trabajo de investigación, la verdad misma y las exigencias de la moral influyen sobre la libertad),
provoca el asentimiento del espíritu, antes de que este haya examinado la cuestión bajo todos sus aspectos, y adquirido una
clara percepción de la verdad”. (D. Barbedette, expone a Santo Tomas. Op. Cit. P. 17).
“El entendimiento,
de suyo está hecho para entender; si juzga mal, no ha entendido lo suficiente. La causa... es la inconsideración que también
se llama precipitación... El mayor desarreglo del espíritu es creer las cosas tal como se quiere que sean, y no porque se
haya vito que así son en efecto” (D. Barbedette, cita a Bossuet. De la connais. De Dieu, I, cap. 16. Op. Cit. P. 17).
Existen cinco fuentes del error. Primero:
las inclinaciones naturales del hombre, que lo inducen a juzgar según sus sentidos, según sus afectos y según sus disposiciones
intelectuales. Segundo: los defectos, los temperamentos y las pasiones del individuo. La razón obstaculiza de tres maneras
respecto de los gozos sensibles, se distrae, oscurece y paraliza. Tercero: los prejuicios sociales que provienen del trato
diario. Se presentan por el engaño de las palabras y por el contagio de opiniones y prejuicios extendidos en tal país, comunidad,
grupo social o época. Cuarto: ideas sin fundamento tenidas como conocimiento en una época o lugar determinados. Quinto: la
ignorancia y el desprecio por aquello que no le gusta al sujeto, le ocasiona trabajo o reconocer su error.
El Ser
que existe por sí mismo es Dios y los seres distintos de Dios existen por el acto creador de Dios. La verdad existe
en Dios y es la segunda Persona de la Santísima Trinidad; es Dios (Jn. 14, 6). La verdad y el ser son una misma cosa y de
la misma naturaleza.
Asimismo, la verdad existe en las creaturas
con relación a su inteligencia, ya que la verdad es el objeto de la inteligencia; conocer la realidad y formarse de esta una
imagen intelectual fiel, esta es la verdad. La inteligencia propone la verdad
a la voluntad y esta asiente y la considera amable, y se adhiere a ella, la ama.
El acto por el cual la
inteligencia reconoce la verdad se llama certeza, que es la adhesión firme del espíritu frente a la verdad conocida (D. Barbedette.
Op. Cit. P. 26).
El objeto supremo de la inteligencia
creada es conocer a Dios, lo cual en este mundo implica la función que es la virtud de la fe, que es la más elevada función
que puede desarrollar la inteligencia en este mundo.
En el fenómeno de la mentira, el error
puede o no existir en la inteligencia, como datos e informaciones respecto de la cosa o fenómeno del que procede como hecho
intelectual. Lo que existe en el sujeto mentiroso ocurre en su voluntad, puede existir el amor por la mentira conocida y/o
el amor por el beneficio, satisfacción o complacencia que esta le reporta.
Puede o no existir el conocimiento
de la mentira, y este puede ser o no profundo; puede existir o no el amor y apego de la voluntad a la mentira, pero siempre
existirá el amor por el beneficio que le reporta.
En este sentido, mientras que en con
relación a la verdad existe en la inteligencia la certeza, respecto del conocimiento que le corresponde, con relación a la
mentira la actividad de la inteligencia es la de un ejercicio de operaciones para su formulación y el asentimiento firme del
espíritu es orientado, por la voluntad, a la verdad que existe en la relación que se da entre las operaciones intelectuales
que formulan la mentira, con el hecho acerca del cual se va a mentir.
Esto es, en la inteligencia se generan
operaciones para confirmar la verdad, pero no con relación a la realidad, sino con relación a la distorsión de la realidad
que la voluntad manda. En consecuencia, formulada la mentira y revisadas las informaciones y las operaciones intelectuales
que le preceden, con relación al hecho que se pretende hacer pasar por verdad, y confrontadas con la realidad que se busca
distorsionar o bien ocultar, resalta la verdad de su conformidad con su objeto. De allí que para dar origen a la mentira,
la voluntad del sujeto prostituye a su inteligencia.
La mentira por tanto, se constituye
de la siguiente manera, en la que siempre la voluntad se adhiere al error, como si fuera la verdad:
1.- Conociendo la verdad de una cosa,
el sujeto la guarda para sí, pero emite ante otro el error, por convenir a sus intereses.
2.- Conociendo la verdad de una cosa,
el sujeto la repudia por no agradarle, por no responder a sus intereses personales, y formula el error el cual asume para
sí, con la fuerza de la verdad y así la emite ante otro sujeto.
3.- Conociendo el error que se dice
acerca de una cosa, investigando la verdad, mantiene el error, por no gustarle la verdad por contravenir a sus intereses.
4.- Escuchando lo que se dice que es
verdad, sospechando que puede haber error, omite investigar con los medios que tenga a su alcance si es cierto.
5.-
Teniendo los medios para conocer la verdad, por convenir a sus intereses omite tal acto y se mantiene en el error.
6.- Teniendo los medios para conocer
la verdad, por convenir a sus intereses, afirma para sí la intención de conocerla
y durante un lapso mantiene el error, por convenir así a sus intereses y posteriormente realiza el acto para conocer la verdad,
cuando convenga a sus intereses.
7.- Conociendo que algo es error y
pudiendo remediarlo, no lo hace, por convenir así a sus intereses, pero en privado manifiesta su desacuerdo con el error.
8.- Conociendo, aceptando y/o proclamando
la verdad, acepta alguna clase de beneficio con el error.
9.-
Calificando la verdad sin examen honesto previo como si fuera el error.
10.- Mezclando verdades y errores por
convenir así a sus intereses.
11.- Sosteniendo toda clase de mentiras
para ser tenido en alta estima por los hombres.
12.- Utilizado la verdad o partes de
la verdad con el propósito de inducir a otro a la mentira.
13.- Proclamando que lo bueno es malo
y lo malo bueno. El acto de mentira suprema consiste en atribuir a Dios lo que viene del diablo, y al diablo lo que viene
de Dios.
Con la mentira el sujeto activo puede
buscar su beneficio, el beneficio y/o el perjuicio de otro. Tales variables producen el mismo efecto de convertir al sujeto
en hijo del diablo.
La mentira que formula el sujeto, no
es un ente intelectual que se quede atrapado en su cerebro, sino que completa su ciclo cuando le comunica, ya que provee,
de esta manera, de un testimonio, esto es, que ha sido expresada al que la escucha, por otro, con lo cual tal comunicación
se reviste de una autoridad moral, con relación al beneficio real o aparente que el que escucha obtenga o crea que puede obtener.
Pero la mentira no es un ente estático,
sino que para que reporte algún beneficio temporal para el mentiroso, su existencia
requiere de un desarrollo y de una evolución cuyo crecimiento es exponencial. Una vez que el sujeto miente una vez, para sostener
la primera mentira se le hace necesario que esa primera mentira crezca, esto es, volver a mentir sobre la misma especie, pero
con mayor gravedad, y/o agregar mentiras cuyo principal constituyente sea distinto de la primera mentira que se trata de sostener
y así sucesivamente.
Tal práctica a lo largo del tiempo
y de los años produce en el sujeto el hábito regular de mentir y lo convierte en un experto mentiroso.
En este proceso, el sujeto se vale
de los estados de la inteligencia respecto de la verdad: la ignorancia, la duda, la opinión y la certeza. También de
la inclinación de las personas a creer que los parecidos o semejantes son o pueden pertenecer a una misma especie.
Esto aplica a hechos, dichos y cosas. Aunque el mentiroso desconozca tales conceptos, su camino por la mentira, le brinda
la experiencia para discernir vivencialmente sus significados y significantes, y aprovecharse de estos.
Por lo anterior es imposible que un
sujeto que no ame la mentira esté en condición de reprobación o que se encuentre en el caso de los pecadores superlativos.
Para ello tiene que ser un mentiroso. Nadie puede ser hijo del diablo, sin amar y vivir con y para la mentira.
Por tales motivos es que Cristo es
tajante al señalar que hay que decir sí, cuando es sí, y no cuando es no, porque todo lo que salga de esta regla, en cuanto
a la verdad, proviene del diablo. No por sostener y jurar una mentira, por eso se volverá verdad.
“...tampoco
jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: Sí, sí; no,
no: que lo que pasa de aquí, viene del maligno”. (Mt. 5, 36-37)”.
Por el camino de la mentira, la filiación
diabólica es una consecuencia ineludible, y esto el mismo Cristo lo confirma, luego de haber curado a un endemoniado ciego
y mudo:
“...Este
no expulsa a los demonios más que por Beelzebul, príncipe de los demonios”... “...el que blasfeme contra el Espíritu
Santo, no tendrá perdón jamás, y será reo de pecado eterno”. (Mt. 12, 24; Mc. 3, 29)
Cuando explica el modo en que la verdad
hace libres a los hombres, y como esta viene de Dios, Cristo establece que la relación de filiación de los mentirosos con
el diablo y como estos son opuestos a la verdad que viene de Dios.
“Vosotros sois hijos del diablo, y queréis
cumplir los deseos de vuestro padre. Él fue homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, pues no hay verdad
en él. Cuando dice mentira, habla de su propia naturaleza; Porque es mentiroso
y padre de la mentira”. (Jn. 8, 44).
Esta filiación que revela no es un
simple calificativo, sino una realidad que proviene de la invitación que el diablo hizo al hombre en el paraíso terrenal:
“Es que
Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos
y series como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn. 3, 5),
Como padre de la mentira, el diablo
tiene su propia ciencia y conocimiento del bien y del mal, a la que se
aviene el sujeto a través de la desobediencia contra Dios y al recibir su consecuencia, que es la muerte respecto de Él; con
ello se les abren los ojos para el pecado, el demonio y su ciencia; son las obras del diablo y son las obras que quieren hacer
los hijos del diablo.
Exactamente Cristo advierte acerca
de los hijos del diablo en el momento en que se establecen en la mentira superlativa, la suma del pecado, que consiste en
atribuir la obra de Dios al diablo, y establecerse a sí mismo y su acto como
venidos de Dios (Jn. 8, 41b; 47-52).
Con ello el hijo del diablo se revela
como conocedor de la ciencia del bien y del mal del demonio (Gn 3, 5), para quien todo lo malo proviene de Dios y lo
bueno es él mismo, el pecado y la muerte. Por esto los hijos del diablo quieren
hacer las obras de su padre: destruir la verdad, imponer la mentira y el homicidio contra Cristo.
Cristo reconoce y advierte, en este
acto, a la simiente de la serpiente, los hijos del diablo, linaje con el cual Dios estableció una enemistad congénita respecto
de los hijos de María y de la Iglesia, hermanos de Cristo, linaje al que Él aplastará la cabeza (Gn. 3, 15). Lo reconoce con
el acto análogo al de la serpiente, cuando expresó su engaño al hombre. Sin duda se trata de los hijos de aquella serpiente
maldita.
María Valtorta, una monja a quien Dios
le hizo ver y oír, como si fuera una película, día por día, la vida de Jesús, explica el fenómeno de este tipo de posesión
satánica, de quienes son hijos del diablo, en una conversación atribuida a Jesús con San Pedro, cuyo contenido no se contrapone
y explana lo que hemos analizado hasta aquí.
“...Yo
tengo miedo a los endemoniados –dice Pedro al Señor--, pienso que si Satanás se apoderó de ellos de ese modo, debieron
haber sido muy malos. Pero... el hombre puede caer en sus garras sin saberlo. Por el contrario, los que sin estar poseídos
se comportan como lo hacen, con toda su inteligencia... ¡Oh! No los vencerás jamás, puesto que no los quieres castigar. Ellos...
te vencerán...” (...) “...¿ y crees que ellos no están poseídos? –responde Jesús--¿Crees que para serlo
hay que ser como el de Caliroe y otros que hemos encontrado? ¿Crees que la obsesión se manifiesta sólo con gritos de loco,
con brincos y furia, manía de vivir en cuevas, mutismo, con miembros que no se mueven, con la inteligencia entorpecida, de
modo que lo que dice y hace el obseso, lo realice inconscientemente? No. Existen otras obsesiones mucho más sutiles y fuertes,
y más peligrosas porque no estorban, ni impiden el uso de la razón para hacer cosas buenas, pero sí le dan fuerzas, mejor
dicho, la aumentan para que sea más poderosa en servir a quien es su dueño. Cuando Dios se apodera de una inteligencia y la
emplea para su servicio, transfunde en ella, en las horas en las que está a su servicio, una inteligencia sobrenatural que
aumenta muchísimo a la natural del sujeto...” (...) “...La creatura, que de su parte pone solo su buena voluntad
para amar totalmente a su Dios, que se entrega a sus deseos, que practica las virtudes
y domeña sus pasiones, Dios la toma para sí, y la luz que es Él, en la sabiduría que es Él, ve todo y lo comprende todo. Después
que termina la intervención divina se produce en la creatura un estado en el que lo recibido se transforma en norma de vida
y en medio de santificación, pero se vuelve oscuro, mejor dicho, como crepúsculo, lo que antes era muy claro. El demonio,
perpetuo mono que arremeda a Dios, produce un efecto semejante en la inteligencia de sus poseídos, aunque en forma limitada,
porque sólo Dios es infinito; en los posesos que tiene y que voluntariamente se le han entregado para triunfar, y les comunica
su inteligencia superior con la única condición de que se dirija sólo al mal,
a hacer daño, a ofender a Dios y al hombre. La acción satánica al encontrar en
el alma consentimiento, prosigue, y poco a poco llega al total conocimiento del mal. Estas son las peores posesiones. No se
ve nada al exterior, y por eso no se huye de ellos como si estuvieran poseídos. Pero sí lo están. Como lo he dicho muchas
veces, el Hijo del Hombre será el blanco de esta clase de poseídos” (El Hombre-Dios. María Valtorta.
Volumen Noveno. El tercer año de la vida pública. (Cuarta Parte).Centro Editoriale Valtortiano. Italia 1989. Pp. 445-446).
De ordinario, la acción del demonio
respecto de quienes se le han entregado y en cuyo interior mora, es la de la inteligencia diabólica, que les brinda su pedagogía
de la mentira, y les da a conocer sus profundidades, con el propósito de que se complazcan y hagan de su pecado, el objeto
de sus vidas.
Este vínculo es el que prefiere el
demonio, ya que sus hijos participan de su esencia del pecado únicamente, y por ello, se encarga de llevar al éxito todos
sus negocios y planes, con la permisión de Dios. El demonio prefiere a estos, más que a aquellos que lo buscan para exigirle
favores especiales que impliquen el uso de su naturaleza angélica mediante acciones preternaturales y sobrenaturales. Sin
embargo, no se niega a sus hijos que le piden estas acciones, aunque muchas veces
se complace en engañarlos y verlos sufrir por no encontrar su favor.
El demonio no duda en compensar y cobijar
a los suyos con todo lo que quieren, que ordinariamente pertenece al mundo, o acciones que él puede realizar, --con permisión
de Dios, pero que siempre se relacionan con la mayor virtud de los hijos de Dios--. Las cosas que los ciudadanos del mundo
quieren, regularmente son para continuar pecando.
Así, por cualquiera de los modos que
alguno venga a ser hijo del diablo, goza de este mundo, sus beneficios, sus placeres, sus atributos, sus satisfacciones.
“En el
comentario a la Epístola a Los Hebreos, Santo Tomas tiene una frase terrible, a saber, que una infalibilidad segura en los
éxitos puede parecer una señal de reprobación” (Charles Journet. Op.
Cit. P. 112).
Cristo señala tales beneficios: riqueza
y posesiones que los consuelan; satisfacción; risa y buena fama, ser tenidos en gran estima por los demás (Lc. 6, 24-26).
Todo cuanto emprenden les sale bien,
porque tienen la protección diabólica de sus obras y la gloria del mundo, de su mundo (Mt. 4, 3-9) y ordinariamente estas
son las compensaciones generales de los que se han entregado al demonio. Todo ello gira en torno de la satisfacción por y
en del ejercicio de su pecado y de la mentira.
Como ya se ha asentado, el demonio
establece con el pecador una relación de maestro y mentor, por la cual, lo introduce en las profundidades del pecado y le
enseña a gozar de las mismas. En este renglón, se especifica que el demonio establece dicha relación respecto del pecado de
cada uno, el cual puede ser contra cualquiera de los diez mandamientos de la ley de Dios, y puede ser cualquiera de los siete
pecados capitales.
Tal relación, como ha quedado establecido
en capítulos anteriores, es por medio de la obsesión y de la posesión diabólicas.
Es así que hay obsesos y posesos respecto
de pecados en contra del amor de Dios y del prójimo.
Contra cada uno de estos mandamientos,
el demonio se preocupa por tentar al sujeto desde su tierna infancia, hasta lograr su caída y obtener el estado de obsesión
y de posesión, de tal manera que si la persona, a la edad de discernir entre el bien y el mal, esto es a los 7 años, no elige
el bien en contra del mal –proporcionado a su edad, ya que Dios no permite que nadie sea tentado por encima de sus fuerzas—la
mayor probabilidad es que el sujeto pase a formar eventualmente, parte de las legiones de los hijos del diablo, obsesos
y posesos.
Tal fenómeno no excluye que la persona
haya sido víctima reiterada en tal o cual suceso que haya violado alguno de los mandamientos de la ley de Dios por parte de
adultos y otros menores que sean mayores para él, en su infancia. Sin embargo,
si el sujeto fue víctima a una edad en la que no tenía uso de razón, moralmente no es responsable, aunque queda en estado
de propensión a tal pecado para el momento en que tenga el uso de razón, que es lo que precisamente busca el demonio.
Muchas veces los perpetradores de tal
tragedia son los propios padres y más frecuentemente las madres, en los casos de abuso sexual. Casi siempre, al paso de los
años, cuando alguno es “moralistas”, culpa al infante del hecho durante toda su vida. A la hora de las confrontaciones,
tales progenitores suelen negar los hechos, con lo que confirman su estado de posesión pasiva, y filiación diabólica,
por el grado de apropiación de la mentira, por conveniencia y guarda de apariencias de cristianos o de rectitud y calidad
moral.
A pesar de ello, Dios no deja de brindar
los auxilios necesarios a los menores, para que la lucha en contra de tal tendencia se transforme en una fuente de virtud.
Aquellos que habiendo sido víctimas
en su infancia de otros menores, o de adultos que violaron alguno de los mandamientos, no solamente se abstuvieron de rechazar
la tendencia que traían por tales experiencias, sino que al momento de usar de su razón, la alimentaron y la fueron acrecentando,
poco a poco obtienen la custodia del demonio para continuar en tal estado y para descubrir las profundidades de satanás en
tal pecado.
Por tal motivo es que se observa en
la sociedad la ocurrencia de hechos aberrantes en contra de los padres o hermanos, asesinatos terribles, depravaciones sexuales
a la orden del día –uso de anticonceptivos, sexo antes y/o fuera del matrimonio, sexo pervertido dentro del matrimonio,
sodomía, masturbación, homosexualidad, violación contra niños, pederastía, necrofilia, etc, etc; mentira, falso testimonio,
difamación, robo de toda clase, negocios fraudulentos, ejercicio del poder para el pecado, vida en torno de la codicia, etc.
Lo que ocurre es que quienes se han
entregado al demonio por uno o varios de los pecados que son de su gusto, reciben del maligno el bono de la inteligencia del diablo para cometerlos siempre, además de la vida en torno de las profundidades
de tales pecados, hasta conocerlos íntimamente y vivir literalmente de estos; la vida en las profundidades de satanás.
Tal bono incluye para el sujeto, la
excitación exacerbada de la obsesión y su satisfacción profunda, así como el ejercicio del poder en el pecado antes, al planearlo,
al realizar la acciones para su consumación, durante su consumación y después de la misma, que solamente es posible a través
de la vivencia de la posesión diabólica conciente, mediante la cual el sujeto se siente lleno de fascinación, de fuerza, poder
más allá de todo lo imaginable, lo cual le es transmitido por su inquilino y huesped.
En el caso de las depravaciones sexuales,
las que se cometen en contra de los niños tienen especial predilección por el demonio, por eso su ocurrencia en el mundo es
alarmante.
Estas suceden muy frecuentemente con
la complicidad de los padres o por su irresponsabilidad y negligencia. Con su silencio se hacen cómplices del ultraje al cuerpo
de Cristo que ocurre en el de los niños. Muchas veces las madres son el principal venero de esta tragedia, e incluso culpan
al niño del abuso que ha sufrido, y esto lo hacen atormentándolo a lo largo de su niñez, haciendo de su infancia un infierno.
Muchos sujetos que han vivido esta
tragedia, no la superan, y se convierten en victimarios, violadores de niños, o en asesinos; a lo menos, en traumados histéricos
esquizo o paranoides, frustrados que tienden a culpar a los demás de todo lo
malo que les ocurra. Ya en la madurez, las madres no reconocen los hechos, aduciendo la fantasía de la edad y que todo eso
son inventos de los menores. Al que ha incurrido en esto –padres, hermanos, parientes, maestros, curas-- si no se arrepiente,
“más le valdría que con una piedra de molino atada al cuello se le tirara al mar” (Lc. 17, 2).
“Siempre
se ha dicho que el diablo aborrece la fecundidad, porque aborrece la vida (....) Jesucristo bendijo el amor entre el
hombre y la mujer, instituyó el Sacramento del Matrimonio, uno de cuyos fines es la procreación y la educación de los hijos;
su fin trascendental es proporcionar a las almas de los hijos la bienaventuranza eterna, y a Dios la gloria que le es debida.
Pero el diablo pretende precisamente lo contrario. Puede que no le repugne que nazcan hombres, si se han de condenar; pero
la condenación de un hombre no es segura; a lo mejor bastan unos segundos para inutilizar el trabajo de muchos diablos durante
muchos años; y la infecundidad parece atentar más directamente a la obra de la Creación. Opera en sentido de la muerte. Todo
lo que se hace contra la fecundidad en el amor se hace en servicio, consciente o inconsciente, del diablo. Es cierto que Dios
estima como más perfecta la virginidad que el matrimonio. Pero la virginidad es una renuncia, un sacrificio. El diablo pretende
la esterilidad sin renuncia. Por eso pretende unirse carnalmente con hombres y mujeres para escarnecer el acto procreador
y prostituirlo; se propone el ultraje al pudor, sin ninguna consecuencia...” (Vicente Risco. Op. Cit. P. 166).
Existe un modo fácil de convertirse
en hijo del diablo, y este es, el sumergirse en tal o cual pecado y hacer de este su forma de vida. Al analizar los pecados,
hay unos más fáciles que otros, por su naturaleza y la tendencia de los hombres, sus temperamentos, caracteres e inclinaciones.
El padre B. Martín Sánchez, expone
en resumen este modo sencillo por el que muchos se entregan al demonio y se hacen sus hijos; las puertas del infierno:
“... son
todos los vicios con los que se condenan la mayor parte de los pecadores, especialmente la impureza, el odio y la injusticia.
A la pregunta ¿Son muchos los que se condenan? Jesucristo contestó: “El camino de la perdición es ancho y son muchos
los que van por él...”; el camino de la salvación es estrecho y son pocos los que lo siguen, y por eso debemos esforzarnos
para entrar por él (Mt. 7, 13). Ancho y espacioso es ciertamente el camino del infierno, y camino ancho es la vida de los
mundanos que se dejan arrastrar de sus pasiones. 1) La impureza es un gran pecado por él están
en el infierno la casi totalidad de los condenados, según la expresión de San Alfonso María de Ligorio y otros santos,
y tan grande es este pecado que los Libros santos lo llaman: “cosa detestable”, “crimen abominable”,
“maldad grande”... No os engañéis, dice el apóstol San Pablo, ni los fornicadores, ni los idólatras, poseerán
el reino de Dios” (2 Cor. 6, 9-10), (...) 2) El odio es origen de muchos vicios y pecados. El odio es lo contrario
del amor... Todas las pasiones indómitas: ira, envidia, soberbia, avaricia, etc., pueden dar ocasión al odio. Caín dejó penetrar
en su corazón al odio contra su hermano Abel, y lo mató y ¡ a qué exceso no se vieron
arrastrados por el odio los hermanos de José ! Primero quisieron matarle, luego lo echaron en una cisterna y acabaron
por venderle como esclavo, llenando así de pesares y dolor la venerable vejez de su padre, el patriarca Jacob. El odio excita disputas, pleitos, ocasiona contiendas, efusión de sangre, e injusticias... Todo el que
aborrece es homicida de su prójimo en su corazón... El ser más apartado de Dios es Satanás, y Satanás no sabe amar, sino únicamente
odiar... En el infierno sólo hay odio, y si pudiera reinar el amor no sería infierno. El odio, por tanto, lleva en sí el sello
de la condenación eterna. 3) La injusticia fácilmente se comete, porque el hombre movido por la pasión de enriquecerse, no
escatima medios, aún los injustos, y unas veces es por el robo y la rapiña, otras por en engaño en el comercio, en los contratos,
en el peso y la medida, por la adulteración de la mercancía, por hacer de falso testigo, por fallos injustos, por no pagar
deudas... Y difícilmente se perdona, porque con dificultad se quiere reconocer...
y el diablo los induce a no declarar por vergüenza en confesión sus robos e injusticias. No basta detestar el pecado, hay
que restituir si se puede. Como dice San Agustín: “No se perdonará el pecado, si no se restituye lo robado”. Restituye,
pues, y si no puedes, al menos da parte; usa de economías, retrae algo de las comodidades, si las riquezas fueron injustamente
adquiridas. “Ni los ladrones..., ni los que viven de rapiña, han de poseer el reino de Dios (1 Cor. 6, 10). La cosa
clama al dueño..., clama a Dios..., clama venganza... Restituye: Antepón a sus pretextos la salvación de tu alma. Sigue el
ejemplo de Zaqueo: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado en algo le devuelvo
el cuádruplo” (Lc. 19, 8). El camino del infierno, además de la impureza, del odio y de la injusticia, es la comunión
sacrílega, la blasfemia..., el descuido de la oración...Los que caminan cargados de pecados y sin arrepentimiento, ellos mismos
se arrojan al infierno... y si vais por este camino, os diré con San Juan Crisóstomo: “¡Atrás, por caridad! Escuchad
lo que dice el Señor: ¿Quién de vosotros podrá habitar en un fuego devorador? ¿Quién habitará entre los ardores sempiternos?”
(Is. 33, 14). Pensadlo bien y resolveos a cambiar de vida” (El Gran Viaje ¿Dónde Terminará? ¿Existe el Infierno?.
B. Martín Sánchez. Apostolado Mariano. Barcelona. 1983. Pp. 26-28).
Adicional a esto, existen otras variables
de la acción del demonio en sus hijos, ya que desde el punto de vista de su participación como operarios del mundo diabólico,
participan de ciertos privilegios por acción directa y externa del mismo maligno, la cual aunque no proporciona privilegio
especial del demonio ante sus hijos, ni los distingue, por su fenomenología, representa un escandaloso modo de acción.
Nos referimos a la utilización de los
poderes preternaturales y sobrenaturales del demonio mediante el maleficio
y la acción directa del demonio como operario de los intereses de los hombres que se le han entregado. Se trata de los
“poderes” que otorga satanás a sus hijos devotos.
Aquí conviene exponer la razón por
la cual el demonio otorga dichos poderes, a quienes se los otorga, qué clase de poderes son,
cómo los obtienen, cómo los ejercitan y cómo afectan a las personas con las que se relacionan.
Quedó establecido que el demonio participa
de su inteligencia a quienes se han hecho hijos suyos por su entrega al pecado.
No es excluyente de este fenómeno la postura intelectual de negar la existencia del demonio y/o de Dios. Esta participación
incluye la disposición del entrono, para que el pecador consume hasta la ignominia y lo grotesco su pecado. En tal estado
los sujetos pueden ser obsesos o posesos.
Sin embargo, existe otro modo por el
que el diablo se relaciona con sus hijos, estén obsesos o posesos o no lo estén, quienes se le hayan entregado por el pecado, como se ha dicho, o que sin ser pecadores de esta naturaleza, lo sean en el sentido de oponerse
a Dios y entregarse directamente al demonio, o por favores a cambio.
Este modo de relacionarse se identifica
porque el demonio rodea de ciertos poderes o dones preternaturales o sobrenaturales al sujeto, y la razón es
por establecer con él un contrato, por el cual el demonio da algo a cambio de que el sujeto le entregue otra cosa. Se habla
del alma del sujeto, pero como suele ocurrir que por su calidad de pecador, tal alma ya le pertenezca, --al menos en el momento
de celebrarse el pacto—las cláusulas pueden referirse a otros compromisos.
Aquí cabe señalar que el contrato o
pacto va desde aquel que se establece en un documento escrito, con cláusulas y firmas de los que se obligan, hasta la realización
de toda clase de prácticas que tienen por objeto pedir algo u obtener algo del maligno.
El demonio otorga el poder hacer cosas
por su medio, a quienes se comprometen a servirle y establecen dicho compromiso mediante un pacto determinado y/o un ritual.
Se trata del ejercicio de potestades
sobre los elementos de la naturaleza, minerales, vegetales, animales y las personas, para servirse de ellos, en beneficio
propio o de terceros a cambio de algo.
Para que el demonio actúe en el ejercicio
preternatural y sobrenatural, tales habilidades se obtienen tras realizar ciertas prácticas o ritos cuyo contenido ha sido
transmitido a lo largo de las épocas por él mismo a quienes se han entregado a su servicio.
Los “poderes” o habilidades
demoniacas se ejercitan a través de rituales, pronunciamiento de determinadas
palabras, ademanes o mediante la mezcla de sustancias de origen mineral, vegetal,
animal o del hombre.
“En uno
de los rituales de iniciación a la magia negra usados por los magos de la isla de Cabo Verde se afirma que el escogido encontrará
ante sí, en un momento determinado del rito, un espejo en el que se le aparecerá Satanás para concederle “los poderes”,
poniendo en sus manos las armas que deberá emplear”. (...) “...dispondrá de una espada verdadera para atacar a
los hombres; tendrá poderes de destrucción, de maldición, de videncia, de previsión, de desdoblamiento, de curación y otros
más, según el mal que se capaz de hacer, según cómo consiga obstaculizar los planes de Dios y según lo que esté en condiciones
de ofrecer al demonio: además de sí mismo, puede ofrecer a sus hijos y también a otras personas, más o menos ignorantes, de
las que se dirigen a él” (Gabriele Amorth. Op. Cit. Pp. 153-154).
El ejercicio de tales “poderes”
demoniacos afecta a las personas con las que se relacionan quienes están al servicio del maligno en la medida en que su vida
no está orientada al servicio de Dios, si se analiza el fenómeno desde el punto de vista de su justicia. Sin embargo, Dios
permite para beneficio de las almas, que algunas veces la operación de los hijos del diablo les afecte gravemente en su salud,
sus bienes, su relación con familiares, amigos y demás personas.
Cuando la víctima es una persona alejada
de Dios, Él permite muchas veces que sean afectados, para que se conviertan. Ocurre que muchas veces tales víctimas en lugar
de convertirse acuden a otros chamanes para que los “sanen”, o hagan hechizos contrarios, para ser liberados del
mal, con lo cual simplemente se ponen en manos del demonio y en riesgo de posesión.
Es necesario abundar sobre el cómo
es que un sujeto se aviene al demonio para usar de sus poderes.
Existen fuentes muy antiguas,
que se han utilizado a través de los tiempos para relacionarse de muy diversas maneras con el demonio, cuya inspiración es
del mismo diablo. Entre estas sobresalen: “Los Grimorios”, “Secreto
de los Secretos”, “Discovery of witchcraft” o Descubrimiento
de la Magia, de Reginald Scot (1584).
Este último está considerado como el
primer libro de magia "blanca" escrito en inglés y en él se revelan algunos trucos y secretos de los magos de la época. El
rey de Escocia James VI ordenó quemar todos los ejemplares de este libro en unos tiempos en los que muchos magos eran arrojados
a la hoguera. A pesar de todo no todos los ejemplares fenecieron bajo el fuego y en el siglo XVII se reimprimió en varias
ocasiones.
Por cuanto a los grimorios,
la palabra procede, según la Real Academia Española de la lengua, del francés grimoire, y éste es a su vez de una alteración
de grammaire, “gramática”, según el “Trésor de Langue Française”.
Un grimorio es un libro de conocimiento
mágico escrito entre finales de la Edad Media y el siglo XVIII. Tales libros contienen correspondencias astrológicas, listas
de ángeles y demonios, instrucciones para lanzar encantamientos y hechizos, mezclar medicamentos, convocar entidades sobrenaturales
y fabricar talismanes.
El grimorio más influyente en
las obras teúrgicas es: “Sobre los Misterios Egipcios” de
Jámblico de Calcis. Escrito hacia finales del siglo III, cuando todavía no se
les daba ese nombre a tal género de libros. En la Edad Media se les señaló como, como Libros Negros.
Otros grimorios
históricos son: “El Grimorio de San Cipriano” o “Ciprianillo”, “El Libro de
la Magia Sagrada de Abra-Melin el Mago”, “El Liber Juratis, Grimorium Honorii Magni” o “Libro del
Papa Honorio III”, “El Poule Noir”, “La Clave Mayor de Salomón”, también conocido como “Las
Clavículas del Rey Salomón”, “El Lemegeton” o “Clave Menor de Salomón”, “El Gran Grimorio”,
“El Grimorio Secreto de Turiel” y el “Grimorio Black Pullet”.
A finales del siglo XIX, algunos de
estos textos como el de Abra-Malin y “Las Claves de Salomón” fueron ampliamente utilizados por logias masónicas y sectas como la Orden Hermética del Amanecer Dorado y la Ordo Templi Orientis. Aleister
Crowley, gran promotor de estos grupos, dio pie para basar en ellos diversos movimientos modernos como la Wicca, el neo-satanismo
y la magia del Caos.
Desde el siglo XIX ha existido también
un pequeño sector económico dedicado a la venta de grimorios falsos o mal traducidos (la mayoría de los textos originales
están en francés o latín, y son muy raros). No obstante, existen traducciones fieles de la mayoría de libros indicados.
Cabe señalar que por la profusión del
satanismo en nuestros días, existen algunos grimorios de ficción contemporáneos. El más conocido de todos ellos probablemente
sea “El Necronomicón”, un supuesto libro mágico de las obras de H.P. Lovecraft, inspirado por la mitología
sumeria y el “Ars Goetia”, una parte de la Clave Menor de Salomón que trata sobre cómo invocar demonios.
“El manuscrito de Voynich” podría también tratarse de un grimorio, aunque su texto nunca ha sido descifrado.
Hoy en día circulan por todas partes
tratados de magia de todos colores. Sobresale “Dogma y Ritual de la Alta Magia” de Elphas Levi, cuyo texto,
aparece en Internet. Este libro es quizá un resumen de toda la magia, y su disponibilidad
para cualquier persona es una señal de la explosión de satanismo que rige en el mundo actualmente.
Contiene: cualidades que requieren
el adepto, el triangulo de Salomón, el tetragrámaton, virtud mágica del cuaternario, espíritus elementales de la cábala, el
pentagrama, poder sobre los elementos y sobre los espíritus, el equilibrio mágico, amor sexual, el sanctum regnum, los siete
ángeles y los siete genios de los planetas, virtud universal del septenario, reproducción analógica de las fuerzas, encarnación
de ideas, la iniciación, la lámpara, el manto y el bastón mágicos, profecía e intuición, seguridad y estabilidad del iniciado
en medio de los peligros, ejercicio del poder mágico. Asimismo, la cabala, Sefirotas, Semhamphoras, Tarots, las vías
y las puertas; el Bereshith y la Mercavah, La Gematria y la Temurah.
También: Magia Hermética, Nigromancia,
Secretos de la muerte y la vida, Evocaciones; las transmutaciones, licantropía, posesiones mutuas o embrujamiento de las almas,
la magia negra, Demonomancia, Obsesiones, Misterios de las enfermedades nerviosas; los hechizos, practica de Paracelso, la
astrología, Frenología, Quiromancia, Metoposcopia, predicciones por la revoluciones astrales. Los filtros y los maleficios,
magia envenenadora, polvos y pactos de los hechiceros el mal de ojo, las supersticiones, los talismanes. Resurreccionismo,
abolición del dolor, la adivinación, Sueños, Segunda Vista, Instrumentos adivinatorios,
clave general de las cuatro ciencias ocultas: Cabala, Magia, Alquimia, Magnetismo
o Medicina oculta.
Asimismo: Disposiciones y principios
de la operación mágica, preparaciones personales del operador; Empleo alterno
de las fuerzas; Oposiciones necesarias en la práctica; Ataque y resistencia simultáneas; Empleo del ternario en los conjuros
y los sacrificios mágicas; El triángulo de las evocaciones y de los tentáculos; EI
tridente mágico de Paracelso. Modo de dominar y de servirse de los espíritus elementales y de los genios malhechores; Uso
y consagración del pentagrama; Aplicación de la voluntad al Gran agente; Ceremonias, vestidos y perfumes propios para los
siete días de la semana; Confección de los siete talismanes y consagración de los instrumentos mágicos; Ceremonia de las iniciaciones;
Tres modos de formar la cadena mágica; Ceremonial para la resurrección de los muertos y la nigromancia; Medios para cambiar
la naturaleza de las cosas; Palabras que operan las transmutaciones; Ritos del Sabbat; El macho cabrio de Mendés y su culto;
Ceremonia de los hechizos y de los maleficios; Cómo puede leerse en el cielo el destino de los hombres y de los Imperios.
Finalmente: composición de filtros,
Modo de influenciar los destinos, Imposición de las manos, Diversas virtudes de la saliva, El aceite y el vino; El "Nuctemeron"
de Apolunio de Thyana; El "Nuctemeron" conforme a los hebreos; De la magia de los campos y la hechicería de los pastores.
En todos estos tratados infernales,
aparece el conocimiento de los demonios y de las cosa en que se especializan.
“El conocimiento
de este “verdadero Sanctum Regnum” sirve –dice Beniciana Kabina—para enseñarnos “el verdadero
modo de hacer los pactos, con los nombres, poderío y talentos de todos los grandes espíritus superiores; conocer los demonios,
tratarlos sin que puedan hacer mal y obligarlos frecuentemente, bien sea para lograr tesoros; bien para disfrutar de las doncellas,
o ellas alcanzar los favores de los hombres; bien sea para descubrir los más ocultos secretos en todas las cortes y en todos
los gabinetes del mundo; bien sea para correr el velo de los secretos más impenetrables; bien sea para que un espíritu trabaje
en su obra por la noche; bien sea para que caiga un granizo o una tempestad en donde se quiera; bien sea para transportar
los frutos de una heredad a otra; bien para ser trasladado en un momento a donde se deseare; o bien abrir todas las cerraduras,
penetrar en todos los aposentos, ver cuanto pasa en las casas, conocer todas las agudezas de los pastores, adquirir la “mano
de gloria”, (instrumento mágico empleado por los ladrones para entrar secretamente en las casas y despojarlas sin
que se enteren sus habitantes, se prepara mediante un rito con la mano momificada de un ahorcado) saber todas las maldades
y virtudes de los metales, minerales, vegetales, animales puros e impuros, y otras muchas cosas que sorprenden tanto, que
no hay nadie que no se pasme al ver que, como mediador de los espíritus, se pueden descubrir las maravillas de la naturaleza
y los misterios más ocultos a los ojos de los demás hombres” (Vicente Risco. Op. Cit. Pp. 61-62. Cita al Libro de San Cypriano, de Beniciana Kabina y de Jonás Sufurino).
Para el cristiano, toda clase de magia
es nociva, su ejercicio viola el primer mandamiento de la Ley de Dios y coloca al sujeto en grave riesgo de condenación
eterna. Por ello no hacemos el distingo que algunos establecen, entre magia blanca o magia negra.
“La invención
de la Magia es atribuida, por unos, a los ángeles rebeldes, que se unieron a las hijas de los hombres; por otros, a Cam, hijo
de Noé, quien la enseñó a su hijo Misraim, el cual fue llamado Zoroaestro. El primero que halló el arte mágica, que en griego
se llama necromancia, en español nigromancia –dice Pedro Ciruelo—fue Zoroastro en Persia” (Vicente Risco.
Op. Cit. Pp. 110-111).
La Magia tiene su fundamento
en cuatro fuentes: la Kabalah, la Astrología, la Alquimia y la Magia propia. Según la tradición, la magia fue inventada por
los persas, la alquimia por los egipcios, la astrología por los caldeos y la Kabalah por los judíos.
Las narraciones de la Kabalah proporcionan
a los magos material abundante para las prácticas de los magos. Por ejemplo, el conocimiento de la ciencia de los nombres
de los diablos, llamados genéricamente KliPp.oth, permite dominarlos y someterlos
a obediencia.
“...la
magia no es otra cosa que la falsificación del milagro (...) Parece lógico que quien les sugirió esta idea (reproducir
milagros a como de lugar) y les proporcionó los medios haya sido el mismo que les prometió que serían como dioses si comían
la fruta del árbol de la ciencia” (Vicente Risco. Op. Cit. P.
108).
Asimismo, Gabriele Amorth
señala que “los que actúan usando la magia creen que pueden manipular a fuerzas superiores que, en realidad, se sirven
de ellos. Los brujos se creen dueños del bien y del mal” (Op.
Cit. Pp.151-152).
Precisa que la magia es de dos tipos:
imitativa y contagiosa. La primera se basa en el criterio de la similitud de la forma y el procedimiento, y
se funda en el principio de que todo semejante genera su semejante. En el segundo caso, la magia se basa en el principio del
contacto físico o contagio, y se usa algo que pertenezca a la persona, ya que una parte representa al todo.
Los estudiosos enumeran una gran cantidad
de artes mágicas, entre las cuales se mencionan:
1.- Necromancia, o ingerrogación
de los muertos;
2.- Hidromancia, o adivinación
por el agua, que puede ser de muchas clases;
3.- Lecanomancia, también por
el agua;
4.- Gastromancia, por el reflejo
de la luz en el agua;
5.- Catroptomancia, por los
espejos mágicos;
6.- Cristalomancia, por los
cristales;
7.- Dactilomancia, por medio
de los anillos;
8.- Onicomancia, por las uñas;
9.- Coscinomancia, por un cedazo;
10.- Aeromancia, por los aires;
11.- Axinomancia, por un hacha;
12.- Cefalomancia, por la cabeza
de un asno;
13.- Cleidomancia, por una llave;
14.- Haruspicina, por la observación
de la víctima del sacrificio;
15.- Extispicina, o Hepatoscopía,
por sus entrañas;
16.- Piromancia, por el fuego;
17.- Capnomancia, por el humo;
18.- Libanomancia, por el incienso;
19.- Tefranomancia, por las
cenizas;
20.- Oinomancia, por el vino;
21.- Critomancia, por los panes
y tortas;
22.- Tiromancia, por la cera;
23.- Antropomancia, por las
entrañas humanas;
24.- Dafnomancia, por el laurel
quemado;
25.- Botanomancia, por las hierbas;
26.- Onfalomancia, por el cordón
umbilical;
27.- Muinomancia, por las secundinas;
28.- Litomancia, por las piedras;
29.- Rabdomancia, por varas;
30.- Lampadomancia, por la luz
de una lámpara;
31.- Partenomancia, por una
muchacha virgen.
Hoy en día se practica también la cartomancia,
el tarot, la lectura de la mano, la lectura de huesos de animales y humanos, etc. Es necesario señalar que las prácticas de
magia, hechicería, brujería, etc., presentan variables en cuanto a su nombre, ritos y justificaciones, según la época, el
grupo racial, étnico, geográfico, cultural, y respecto de ello puede haber amplias variaciones. Sin embargo el origen, el
medio y las finalidades son las mismas.
Está también el arte de
los augurios sacados de los fenómenos atmosféricos, del vuelo y movimientos de las aves: ornitoscopía; del apetito
de pollos “sagrados”: tripudium; de los cuadrúpedos, monstruos y prodigios. Asimismo esta el arte
de las suertes que son echadas de mil formas: palomancia, petromancia, astragalomancia, kubomancia, rabdomancia,
geomancia, electromancia, onomancia, aritmancia.
En todas estas variables, subyace la
ideología del bien y del mal, consistente en que el bien es todo lo que confluye al bienestar del sujeto y el mal todo lo
que lo perjudica, incluyendo la enfermedad y la muerte. En este sentido la moralidad de las acciones tanto de los brujos como
de quienes se sirven de ellos, queda sujeta a tales concepciones y no tiene nada que ver con las definiciones del cristianismo.
Casi todo los chamanes, brujos y hechiceros
que hacen “trabajos” para producir enfermedades o la muerte de la persona, por encargo, creen y sienten que están
haciendo el bien, ya que están poniendo al servicio de otro el “don” que han recibido. Claro, siempre lo hacen
por una sustanciosa cantidad de dinero. De estos se dice que practican la magia negra, ya que la utilizan para dañar.
En cambio de quienes utilizan la magia para obtener toda clase de bienes materiales, la salud o en las relaciones con las
personas, se dice que practican la magia blanca.
Sin embargo, estas concepciones del
bien y del mal forman parte de la ideología propia de la magia y no tiene nada que ver con las concepciones de la moral cristiana.
Forman parte de la concepción del bien y del mal del demonio (Mc. 8, 33), ya que es su ciencia, la ciencia de la mentira,
con cuyo conocimiento dijo a nuestros primeros padres que serían como dioses.
Esto queda claro en el siguiente relato
del padre Gabriele Amorth, en referencia a su ejercicio como exorcista:
“La persona
es curada por el mago y la curación perdura. Pero Dios había permitido aquel mal para que aquella persona expiase sus pecados,
para que volviese a la vida de oración y de frecuentación de la Iglesia y los sacramentos. El objetivo de aquel mal era lograr
grandes frutos espirituales para la salvación del alma. Con la curación realizada con la intervención del demonio, que conocía
perfectamente estos fines, el objetivo bueno ligado a aquel mal se esfumó”. (...) “...el enfermo es curado
por el mago, y continúa curado. Pero a cambio, el mal pasa a su mujer, a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos, por lo cual
el daño permanece pero multiplicado (también bajo la forma de obstinado ateísmo, de una vida de pecado, de accidentes de coche,
de infortunios, depresiones...)”. (...) “El recurso a los magos, cuya actuación queda enmascarada bajo
el equívoco nombre de magia blanca (que consiste siempre en recurrir al demonio), para que haga otro maleficio que anule un
maleficio anterior, no puede más que agravar el mal” (Op. Cit. Pp. 148-149).
En todo caso, el comercio o intercambio
con el demonio se realiza para satisfacer vicios, pasiones y/o, para hacer mal
al prójimo.
“Este comercio
consiste en la invocación, el conjuro y el pacto. El pacto es un contrato entre el hombre y el diablo, y puede ser de dos
maneras, que los moralistas llaman pacto explícito o formal y pacto implícito”. (...) “Las obras de magia en daño
del prójimo se llaman maleficios. Delrío distingue tres clases, a saber: somnífico, amatorio y hostil, y bajo estas rúbricas
trata de los filtros, de las ligaduras, de la fascinación, de los venenos, del aborto, de las figuras de cera, de la enfermedad,
del incendio, y cita innumerables lugares de los autores clásicos en que estas operaciones mágicas aparecen empleadas en su
tiempo” (Vicente Risco. Op. Cit. P. 110).
El pacto demoniaco, se cree
que lo han realizado las personas a quienes todo les sale bien y en todo tienen éxito, aún cuando la adversidad y las situaciones
más difíciles les sobreviene, salen doblemente ganadores. “Se caen para arriba”, según expresión del periodista
César Castruita, con respecto de los que siempre ganan.
El pacto es un contrato bilateral,
mediante el cual el demonio y el hombre convienen, el primero en servir al segundo, en la materia, forma y condiciones establecidas;
el segundo, en entrega al primero su alma para siempre y/o, en la realización de ciertos servicios específicos. Las condiciones
puede variar mucho y los servicios del diablo pueden ser determinados o indeterminados.
“Puede
el diablo proporcionar al hombre dinero, el amor, o al menos, la posesión de una mujer; el éxito en sus obras, la fama, el
favor de los poderosos, el encubrimiento y la obtención de dignidades y altos cargos en la república y hasta en la Iglesia;
la liberación de grandes males, la humillación de los enemigos, la recuperación de la perdida libertad, de la salud, de la
juventud, de la belleza, de las fuerzas físicas o morales; hasta la construcción de caminos, puentes, palacios e incluso iglesias...
Si se ha convenido cualquiera de estas cosas, el diablo no queda, naturalmente, obligado a más. Pero puede también obligarse
a prestar sus servicios de un modo general, o a voluntad de la otra parte, en cuyo caso ésta puede exigir de él todo lo que
se le antoje, y el diablo pueda hacer” (Vicente Risco. Op. Cit.
Pp. 196-197).
Existe una diversidad de maneras de
establecer los pactos, pero casi siempre son a través del brujo, chaman o hechicero, el cual –luego de cubrir sus honorarios--seguirá
las indicaciones establecidas en los libros citados, y el pactante firmará con su sangre, y entregará en garantía algún miembro
de su cuerpo, a su esposa, hijos o alguna otra persona, cometerá incesto, aborto, homicidio, fratricidio, o realizará alguna
acción gravemente pecaminosa para comprobar su intención de establecer el acuerdo, según la naturaleza del rito del pacto.
Aunque hoy en día suene irrisorio,
el pactante entrega su alma al demonio, para su condenación eterna. El propósito de que el demonio establezca este intercambio
con un hombre, aunque en el momento del pacto ya sea un pecador y un pecador superlativo, es porque dado que Cristo ha pagado
por los pecados de todos los hombres de toda la historia, y que este rescate aplica con la única condición del arrepentimiento,
mientras el sujeto tiene vida tiene posibilidad de arrepentirse, aunque haya cometido el pecado del pacto demoniaco y los
subsiguientes que le sean consecuencia.
En realidad lo que el demonio quiere
asegurar, es que el sujeto no se arrepienta y permanezca en sus manos hasta el momento de su muerte, cosa que no siempre logra,
como se desprende de innumerables narraciones e historias en que supuestamente ha sido burlado, aunque aquí también hay que
subrayar que de Dios nadie se burla.
“No es
fácil llegar a hacer pacto con el diablo. Primero es necesario evocarlo y esto tiene sus peligros; el diablo puede llevarse,
antes de firmar, aquello que le van a ofrecer, esto es, el alma del evocador. El pacto formal ha de constar en documento escrito
y firmado por ambas partes, y para esto es precisa la presencia personal del diablo, en forma sensible (...) en los Grimorios
se prevén todas las contingencias...” (...) “Más difícil es librarse
del pacto una vez hecho, pues el diablo ha de ser obligado a devolver el pergamino...” (Vicente Risco. Op. Cit. Pp. 199-201).
Este es el pacto explícito,
pero también existe el pacto implícito, que consiste en que sin firmar un documento, se tiene el auxilio del demonio para el éxito de las obras del sujeto, en determinadas condiciones y pronunciado determinadas
palabras, fórmulas y realizando rituales determinados. Esta clase de pacto es
la que contraen quienes contratan los servicios de brujos y hechiceros, aunque sea por ignorancia, desesperación o de buena
fe. Se convierten por este medio en hijos del diablo, cuando no se arrepienten de haberlo hecho, ni se han confesado.
Hoy en día se observan
prestidigitadores que vuelan, caminan sobre el agua, escapan de lugares imposibles, desaparecen a otros o transforman una
cosa en otra: “...muchas veces por este pacto implícito ocurren los éxitos de la magia, el hipnotismo y el espiritismo”
(V. Risco. Op. Cit. P. 203).
Sin embargo, la realización de todo
lo prescrito en los libros malditos no asegura que le demonio se hará presente para establecer el pacto ni que el sujeto obtenga
lo que quiere. Ello no quiere decir que el sujeto deje de ser hijo del diablo o que no este obseso o poseso, por vía del pecado,
como ya se ha expuesto.
Se han documentado numerosas crónicas
de sujetos, en diversos países, que han intentado hacer pactos con el demonio, el cual no se hizo presente, pero los sujetos
cometieron toda clase de crímenes, abominaciones, asesinatos espantosos, incluyendo destasamiento de niños, necrofilia y violaciones. No es raro que hoy en día ocurra lo mismo al observar en la prensa narraciones
de aberraciones similares.
Ya hemos expuesto lo que se llama el
pacto de facto, el cual establece el sujeto con el diablo por el simple
hábito de pecar.
Una forma de pacto explícito o implícito
con el demonio se concreta con los demonios familiares, que son resultado, en el primer caso, tras la firma del pacto,
cuando el demonio mismo hace entrega del pequeño engendro como esclavo del evocador. En el segundo caso, es mediante la realización
de un ritual determinado.
También conocido como espíritu familiar,
es un ente con poderes mágicos invocado por un mago o un brujo que normalmente adopta la forma de animales domésticos.
En cada época y región, subsisten particulares
maneras de hacerse de un diablo familiar y tiene distintos nombres. Son también los llamados homúnculos de los alquimistas.
En algunas regiones asumen formas de animales raros, con formas de toros, aves, monos, perros, gatos, etc., y en otras de
enanos y hombres pequeños.
Obedece los designios de su amo actuando
como sirviente y ayudante. Realizan todo tipo de tareas, desde tareas de índole doméstica hasta arcanas, como embrujar a la
gente. Si un familiar tiene el aspecto de un animal doméstico, como un gato o un búho, puede actuar como espía para su amo.
“Suelen
ser muy pequeños, y pueden asegurar al que los posee la felicidad, el poder y la riqueza. De muchos personajes que gozaron
de buena suerte, se encumbraron rápidamente o sostuvieron largo tiempo una alta posición, se dijo que tenían diablos familiares.
La manera de obtener un demonio familiar viene minuciosamente descrita en los Grimorios”. (...) “El que no sabe fabricarlos, puede comprarlos, o aceptar los que le regalen a uno. El que los
vende debe ser siempre con pérdida. En todo caso no se debe morir en posesión de ellos, porque lo arrastrarían al infierno”
(Vicente Risco. Op. Cit. Pp. 197-199).
A este respecto hay que
subrayar que la cultura demoniaca ha introducido a los homúnculos o demonios familiares en forma del género de dibujos animados
e historietas, denominado “anime”.
Para el caso de los “familiares”,
en la serie de anime japonesa Bleach aparece un grupo de seres ficticios llamados Bount, una especie de vampiros
creados accidentalmente por varios Shinigami de la Sociedad de Almas, principalmente una mujer llamada Ran' Tao.
Estos personajes, de clara inspiración
europea, utilizan una especie de familiares, muñecos vivientes que al ser invocados llevan a cabo las ordenes del bount,
pero solo se subyugan ante su amo si son primero derrotados por el o ella. En la serie también se implica que si el muñeco
logra derrotar primero al bount, este ultimo se convierte en cenizas, lo que los hace ver como creaturas tenebrosas.
Según el conjuro utilizado por el bount Cain la creación del muñeco requiere obsequiar el alma a alguna deidad no nombrada,
o bien, al mismo familiar para obtener a cambio el muñeco, lo que implica algún tipo de inspiración oscura. Estos muñecos
están basados en el concepto del familiar.
Por lo que se refiere a
los homúnculos, se les relaciona más con los alquimistas, pero su origen satánico los hace una especie particular de
demonios familiares. También tienen amplia participación en el anime.
En el universo de Fullmetal Alchemist,
los homúnculos son de creación artificial y se asemejan a los humanos. Dado que la historia diverge entre manga y anime,
no todos los homúnculos son comunes, y su origen y motivación son distintos.
Todos ellos están nombrados según un
pecado capital, con el que guardan un cierto parecido. Lust (lujuria) es una mujer de gran belleza y Gluttony (gula) es un
ser simple que sólo piensa en comer. Greed (codicia) es muy avaricioso, persiguiendo la vida eterna. En el manga, Sloth (pereza)
demuestra su pereza al hablar, pues siempre dice cosas como molesto y cansado, que parecen ser su único repertorio. En el
anime quizá se podría decir que se mueve y actúa con lentitud extrema, con mucha calma. Wrath (ira) no demuestra siempre su
cualidad en el manga, salvo cuando dirige una guerra. En el anime es un homúnculo vengativo y violento. Pride (orgullo) es
alguien notablemente altivo y vanidoso en sus dos versiones. Envy (envidia) no es alguien que se rija por envidia, sin embargo
su cualidad es ser como los demás, cambiar su aspecto, que es lo que desea una persona envidiosa.
La diferencia entre demonios familiares
y homúnculos, es circunstancial, en su origen. En el primer caso, es por pacto explícito con el diablo o por ejercicio de
un ritual, que puede precisar o no de un brujo y no requiere de más especialización por parte del que los invoque. En el segundo
caso se requiere de conocimientos de alquimia, y su creación forma parte de los trabajos progresivos hacia la creación de
la piedra filosofal, esto es, la transmutación de los metales y la fuente de la eterna juventud.
En ambos casos, se trata de esclavos
que en un determinado momento es necesario traspasar o heredar.
Indudablemente, una especie de élite
entre los hijos del diablo, la representan los brujos, hechiceros, magos, chamanes, adivinos, pitonisos, curanderos,
etc. El nombre con que se les designe no importa, sino sus acciones. Los nombres con que se les conoce varían según la época,
región y grupo cultural.
Sobre como alguien se vuelve brujo,
anota Vicente Risco:
“...una
bruja no puede morir sin tener a quien dejarle la brujería, alguien a quien heredarla. Del mismo modo, quien recita, aunque
sea sin intención, sin saber lo que dice, el “Padrenuestro de las brujas” se vuelve brujo... En las obras de los
demonólogos se mencionan dos maneras principales de ingresar en la secta de los brujos: la adjuración y la inscripción. La
primera consiste en recitar una fórmula en la que el postulante reniega de Jesucristo” (Op. Cit. P. 212).
Los brujos, además de aprender, en
el ritual, tradición y secta la específica, lo relativo a la hechicería, la magia,
los conjuros, y todas las artes diabólicas tienen una ceremonia central, que se llama aquelarre, misa negra, sabbat,
o de muchísimas formas, según el tipo de culto tradicional al que corresponda. Hoy en día han adquirido mucha fama los cultos
del Vudú y derivados, así como de tradiciones de origen africano. Su objetivo es el culto de adoración al demonio. Se realiza
en determinadas noches y con diversos propósitos adicionales tales como: iniciar a los nuevos brujos, consagrarlos, adquirir
nuevos poderes, hacer determinadas ofrendas para obtener los encargos. También se hacen por festividades propias de los brujos.
Existen festividades mayores, en las que se ofrece la sangre de animales y humanos.
Quienes se han consagrado de esta manera
al demonio adquieren, o bien, ostentan poderes, tales como convertirse
en algún animal, volar, hacerse invisible, ser invulnerable, atravesar toda clase de obstáculos, conocer cosas que van a pasar,
y cosas que están ocurriendo en lugares distantes o cerrados, así como y realizar prodigios con la mente y con ademanes.
En Internet se han publicado diversidad
de narraciones, respecto de la práctica de los brujos en diversas regiones del mundo. Nos parece oportuno reproducir un texto
sobre la brujería en la República de Chile:
“LOS BRUJOS. Nicasio Tangol. No cabe la menor duda
de que los brujos son los peores enemigos de las familias chilotas. Aunque no
son pocos los que manifiestan públicamente que no creen en ellos, la mayoría vive bajo la influencia de los "pelapechos". Y tiene que ser así, ya que son muchos los hogares que reciben a menudo la visita
de alguno de los miembros de esta secta secreta. Todos conocen sus andanzas nocturnas,
saben los males que ocasionan, pero ninguno se atreve a enfrentarlos. En silencio
soportan el asedio, sufren las consecuencias de sus maleficios Y, sin saber que hacer ni a quien recurrir, esperan temerosos
las desgracias que puedan ocurrirles.
Sin embargo,
hay algunos que, envalentonados por unas cuantas copas, suelen lanzar bravatas en su contra, incluso se atreven hasta desafiarlos,
pero muy luego recapacitan, bajan el tono de la voz y no saben a qué santo milagroso recurrir para que los proteja.
Organización.
Sabemos que la
logia está regida por dos “consejos superiores", que es el más alto tribunal de los pelapechos". Uno de estos consejos reside en Santiago de Chile y el otro en la ciudad de Buenos Aires. De estos tribunales
dependen las "mayorías", que se encuentran repartidas en diversas localidades de los respectivos países. Desde hace siglos se instaló en Chiloé una de estas “mayorías” en las cercanías del pueblo
de Quicaví. Tanto los brujos como los "limpios" la llamaban la Cueva de Quicaví
o la Casa Grande.
Los que por fuerza
mayor han tenido que ir a la Casa Grande aseguran que se encuentra al sur de Quicaví.
Pero ninguno puede dar una ubicación precisa, puesto que todos han sido llevados a ella de noche v bajo la influencia
de la hechicería del brujo baquiano, quien, por el camino, tiene la precaución de "privarlo del juicio"; devolviéndole la
razón, solamente criando el forastero se encuentra centro de la Cueva. Si algún
profano la encuentra por casualidad, el "invunche" que la custodia día y noche se encarga de "enlosarlo". En tal caso el desdichado queda tonto para toda su vida, para cine no hable. De ahí que algunas personas que han sido letradas se vuelvan de pronto lesas.
En cuanto a la
estructura interior de la Cueva, poco o nada se sabe de ella: algunos aseguran que es una bóveda muy grande que se encuentra
bajo tierra y cuya entrada está custodiada por el "invunche".
Iniciación.
Para ingresar
a la logia, el postulante debe cumplir con una serie de requisitos. En primer
lugar, se sabe que son preferidos los indios de sangre pura; les siguen en preferencia los mestizos de madre india, y sólo
por rara excepción aceptan a los blancos, quienes deben pagar una subida suma de dinero para ser admitidos como postulantes. Además, a estos no les aseguran su ingreso a la logia, el que queda sujeto al cumplimiento
de las "pruebas" a que deben someterse y que son sumamente difíciles.
Instrucción.
Los aspirantes
a brujos deben ser "iniciados", es decir, instruidos en el arte brujeril. El
aprendizaje lo hacen por lo general practicando con otros brujos, aunque existen escuelas bien establecidas. En estas aulas
los aspirantes deben permanecer por espacio de siete años; terminados sus estudios reciben el titulo de "mandarunos". Los "mandarunos" ejercen solamente en las grandes ciudades, donde aplican el "arte
de alta escuela".
Por lo común,
el brujo chilote no asiste a esas escuelas, y su "arte" lo adquiere practicando con otros "pelapechos" experimentados. Como el aspirante y el instructor son habitualmente amigos, el aprendiz de brujo no
fracasa jamás en su estudio.
Cuando el instructor
estima que su discípulo está capacitado para ingresar a la logia, solicita su incorporación.
Interviene entonces el "Consejo de la Cueva", el que somete al postulante a una serie de rituales antes de darle la
investidura. Aunque el ceremonial no es igual para todos, el "iniciado" debe
someterse por lo menos a las siguientes pruebas:
a) Permanecer durante cuarenta días y cuarenta noches recibiendo en la mollera el
agua de una cascada del río Thraiguén; de esta manera conseguirá lavarse el bautismo que recibió al nacer. Durante esta cuarentena sólo debe alimentarse de harina tostada.
b) Recibir entre sus manos y sin titubeos una calavera que le lanza su instructor
desde la cumbre de un acantilado.
c) Preparar por sus propias manos su "macuñ" o chaleco para volar. Para confeccionar esa prenda tiene que ir a medianoche al cementerio, desenterrar un cadáver de sexo masculino
y descuerarle el pecho. Con esa piel, una vez estirada y seca, fabrica un chaleco semejante a un corsé. El "macuñ", como el
corsé, se ajusta por medio de correas.
d) Matar, empleando
su "arte", a uno de sus familiares más queridos, demostrando así que ha perdido por completo toda clase de sentimientos afectivos.
e) Realizar un "pacto con el diablo", para poder recurrir a él cuando le sea necesario. Con este fin debe ir a medianoche al cruce de dos caminos y desde ahí llamar tres
veces al demonio. Si al tercer llamado éste no acude, el "iniciado" no debe insistir;
debiendo regresar a la noche siguiente. Si vuelve a fracasar, se colocará el
paletó al revés y se sentará en medio del cruce de los caminos. De esta manera,
por muy ocupado que esté el demonio, tendrá que hacerse presente antes del amanecer.
Como así sucede realmente, el pacto se finiquita. En él se establece la
fecha en que el brujo debe entregar su alma al diablo y la ayuda que él le prestará mientras dure el convenio. Acordado el pacto, el demonio lo estampa en una "célula", la que el brujo debe suscribir firmándola con
la sangre de sus venas.
Una vez que el
"aspirante" ha cumplido con estos requisitos, es incorporado a la logia y comienza a ejercer su "arte" en su comarca.
Poder de los
brujos.
El poder de los
brujos, aunque los incrédulos se rían, es extraordinario. Son tales su sabiduría
y la capacidad de su magia diabólica, que al más escéptico lo dejan estupefacto; corroboramos esta afirmación dando a conocer
una síntesis de sus poderes:
a) Pueden volar; para ello disponen del "macuñ" o chaleco, dispositivo que además
les proporciona luz propia.
b) Poseen propiedades proteicas, las que les permiten transformarse a voluntad en
aves o animales, según sea su conveniencia; tan pronto toman la forma de una lechuza, como la de un perro o de un lagarto.
c) Disponen de un gran poder mental, que pueden ejercerlo desde la distancia. De él se valen para sumir a las personas y a los animales en un profundo sueño si
así lo desean. Pueden también dementarlas, manteniéndolas sin juicio el tiempo
que se les antoje. Es de tal naturaleza su poder mental, que hasta las cosas
materiales les obedecen. Las puertas, por muy trancadas que estén, se abren de
par en par con su sola presencia y las aguas de los ríos crecen o decrecen según sea su conveniencia.
d) Facultad para provocar enfermedades. Su
"arte" les permite causar a sus víctimas toda clase de enfermedades, incluso hasta la muerte.
Lo peor es que contra las enfermedades causadas por brujos, nada puede hacer la ciencia médica. De ahí que a la víctima no le queda otro camino que recurrir a ellos para conseguir la "contra"; de otra manera, difícilmente podrá sobrevivir.
Para causar las
enfermedades, el brujo puede recurrir al "mal impuesto" o al "mal tirado". En
el primer caso, debe “sajar" a la persona antes de causar el daño. Si la
persona "sajada" tiene la sangre débil, puede lanzar el mal; en caso contrario, debe irse sin causarle daño alguno y, desde
ese instante, protegerla, ya que ella pasará a formar, parte de la logia como proveedora de sangre. Cuando la "mayoría" necesita sangre para firmar los decretos de muerte, los brujos acuden a estas personas
y mientras duermen las "sajan", provocándoles así una sangría sin que la víctima despierte.
Reciben la sangre en una concha de taca y una vez terminada la operación se devuelven volando a la Cueva.
En cuanto al
"mal tirado" o "llancazo", lo emplean sobre todo para vengarse de las injurias que han recibido directamente. En este caso el “mal” lo ocasionan desde lejos utilizando la "rociada" o el "flechazo".
La "rociada"
es una terrible maldición Lanzada por el brujo desde lejos, causando a su víctima una enfermedad fulminante.
No todos los
brujos pueden utilizar el "flechazo" para vengarse de sus enemigos, sólo lo pueden hacer aquellos que tienen el diploma de
“artillero”, lo cual implica estudios especiales. En razón a estos estudios, el "artillero" puede lanzar el "flechazo"
de distancias considerables, provocando los mismos efectos.
El poder que
tienen los brujos para causar enfermedades es casi ilimitado, llegando en algunos casos a exterminar a familias enteras. Esto sucede cuando por venganza "toman a cargo" a una familia. Inician el ataque haciendo "mal" al más enclenque del grupo; éste empeora rápidamente, y al poco tiempo
muere. Prosiguen la venganza con otro de los miembros de la familia y así sucesivamente
van acabando con ellos. Por último cae el jefe del hogar, quien debe perecer
tal como los demás, salvo que la víctima recurra a tiempo a la “mayoría”. Si así lo hace, el rey del aquelarre,
valiéndose del "challanco", descubre al autor del "maleficio". Al brujo, así
identificado, se le hace llamar por intermedio de la "voladora" y se le exige que mejore y deje tranquilo al paciente, siempre
que éste pague en dinero o en animales los subidos honorarios que exige
la “mayoría” en estos casos.
La venganza de
los brujos no es la misma en todos los casos, ya que ella depende de la gravedad de la ofensa. Si el ofensor sólo se ha mofado
de a secta, éste recibe durante la noche la visita de uno de ellos. El visitante, aprovechándose de su magia, sume al ofensor
en un profundo sueño y, valiéndose de la inconsciencia de su víctima, lo "lauca" (tonsura) . Al día siguiente el chancero
amanece con la coronilla afeitada y muy arrepentido de haber dicho: "¡A mí no me vengan con brujos!, no creo en los 'pelapechos"'.
El "challanco".
Entre los instrumentos
que poseen los brujos existe la piedra cristalina, que emplean para averiguar lo que desean saber sobre otras personas. De ella se valen para descubrir al autor del maleficio, determinar la salud de las
personas ausentes y además para observar los trajines y quehaceres de sus víctimas.
Se le llama también "la mapa”, el mapa o más bien el libro, ya que en él se encuentra la ciencia completa de
los brujos. Algunos lo describen como una bola de vidrio, otros como un gran espejo mágico al cual le dan el nombre de "revisorio",
algo así como una pantalla de rayos X que se encuentra en uno de los rincones de la Cueva. El "revisorio" es empleado por
el “mayor” de la Cueva" o "buta" para controlar las andanzas de sus subordinados, aparte de las ampliaciones ya
mencionadas.
El "macuñ".
Es una especie
de chaleco confeccionado con la piel arrancada del pecho de un difunto cristiano, es decir, del cadáver de una persona blanca
que ha sido descuerada durante la noche por un brujo. De ahí que los isleños
le den el nombre de "pelapechos".
El "macuñ" tiene una luz
fosforescente, propiedad que los poseedores conservan esparciendo sobre él aceite humano.
Sin esta prenda el brujo no puede volar, siendo ella indispensable para realizar sus correrías; además le sirve de
farol para alumbrar el camino en las noches oscuras”.
En México se habla de una tradición
de brujos heredada desde los Aztecas, la cual se transmite a través de una secta secreta a la que pertenecen exclusivamente
los descendientes de la nobleza gobernante de esa raza. Tales descendientes son educados en universidades de prestigio y son
enviados al extranjero a cursar posgrados.
A determinada edad, son iniciados
como “chamanes”, y aprenden las artes de los antiguos: las propiedades
curativas de plantas y animales, el ejercicio de la magia por conjuros y ademanes, así como progresivamente, ascender en la
escala de las transmutaciones. Para ello aprenden a convertirse en perro, gato, puerco, burro, víbora, sapo, zopilote, tigre
y águila. Hasta donde se sabe, la forma de conseguirlo es que tras realizar los rituales secretos y consumir cierta clase
de yerbas y frutos, tienen que cazar con sus propias manos al animal, luego devorar sus entrañas y genitales, y ponerse la
piel encima durante un determinado número de días.
Existen también otras tradiciones de
brujos por las que se pueden convertir en bolas de fuego para volar y convertirse en “nahual”. La
transformación más socorrida es la de un perro de gran tamaño, feroz, como un hombre lobo. En todos los casos para adquirir
estos poderes, los brujos han de robar a niños recién nacidos, sin bautizar, para sacrificarlos en ofrenda al demonio, sustraer
su grasa y comerla o untarla en el cuerpo cada vez que se van a transformar. La grasa de niño también se usa para volar, recorrer
grandes distancias y volverse invisible.
Las celebraciones sagradas de los brujos,
tienen su máxima expresión en el “aquelarre”, denominación que puede variar según la región, época y tipo de culto
satánico de que se trate. Es distinto de la “misa negra”, la cual tiene por objeto el realizar sacrilegio contra
la hostia sagrada, dar culto con ello al demonio y consagrar la “hostia negra”.
Existe un ritual de misa negra en la
que el altar es una mujer, sobre la cual se realiza la liturgia demoniaca. A los extremos, dos cirios hechas con grasa de
ahorcado. Cada instrumento que se usa, ha sido especialmente consagrado al demonio, mediante un ritual apropiado. En analogía
a la misa cristiana, a la hora de la consagración, se sacrifica a un niño o a una virgen, pudiendo ser la misma que sirve
de altar. El tipo de víctima varía según la clase de misa que se celebra, esto es, para consagrar a nuevos brujos, para solicitar
al demonio determinados poderes, para pedirle algún encargo especial por el que alguien ha pagado, etc. Asimismo se consagra
la hostia negra, cuyas características están especificadas en los libros malditos.
Tanto en el aquelarre como en la misa
negra puede haber sacrificios de animales o de seres humanos. El centro de ambas celebraciones es el diablo.
“El ocultista
judeo-francés Eliphas Levi describe el Hircus Nocturnus del Aquelarre sentado sobre el globo terráqueo, con medio cuerpo de
hombre, cabeza y parte inferior del cuerpo, desde la cintura abajo, de macho
cabrío, con dos grandes cuernos de cabra, y en el medio, sobre la frente, una antorcha encendida y flameante, antorcha que, según otras versiones, es la que ilumina toda la escena del Aquelarre; señalando con
una mano hacia el cielo y con otra hacia la tierra, con las patas cruzadas y llevando en el lugar del sexo, el caduceo, con
las dos serpientes entrelazadas, y surmontado por una esfera en lugar del petasus” (Vicente Risco. Op. Cit. Pp. 222)
Hay una lista de poderes o dones,
que para ejercitarlos, no necesariamente implican, como condición sin la cual no, que el receptor se haya hecho brujo, abjurado
de Cristo y su iglesia, o realizado algún ritual. Al respecto, Gabriele Amorth anota:
“A veces
como el auténtico embustero que es, los destinatarios de tales poderes no comprenden inmediatamente su procedencia o no quieren
comprenderla, demasiado contentos con esos dones gratuitos. Así puede suceder que una persona tenga un don de presciencia;
otros, sólo poniéndose ante un folio de papel en blanco con una pluma en la mano, que escriban espontáneamente páginas y mas
páginas de mensajes; otros tienen la impresión de poder desdoblarse y que una parte de su ser puede penetrar en casas y en
ambientes lejanos; es muy corriente que algunos oigan “una voz” que a veces puede sugerir oraciones y otras veces
cosas completamente distintas.” (...) “...con frecuencia las personas
afectadas por trastornos maléficos poseen “sensibilidades” particulares: entienden inmediatamente si una persona
está imbuida de negatividad, prevén acontecimientos futuros, a veces tienen una notable tendencia a imponer las manos a personas
psíquicamente frágiles. Otras veces tiene la impresión de poder influir en los acontecimientos del prójimo, augurando el mal
con una perversidad que sienten en sí mismas, casi con prepotencia” (Op. Cit. P. 39-41).
Lo anterior se presenta como una variable
que pueden presentar tanto brujos, como quienes sin serlo, son objeto de obsesión y/o posesión diabólica sin culpa o con culpa
de su parte.
Un “don” o “poder“,
del demonio, es aquel que de ordinario se encuentra muy extendido y por todas partes, lo ostentan “sanadores”
o “curanderos”, mediante el cual “desatan”, “sanan”, “exorcizan”,
“limpian”, “expulsan” espíritus malignos y demonios y deshacen maleficios.
Se trata de un ardid del demonio, mediante
el cual por un lado él causa el daño y por otro uno de sus compinches lo cura. El objeto de esto es que la víctima se avenga,
por propia voluntad, a un maleficio, el cual empieza por sacarle un mal menor, para producirle a lo largo de los años un mal
mayor, el de una posesión o una obsesión que pueden estar vinculados a enfermedades graves. Asimismo establecer un vínculo
con el agente del diablo, en este caso el chaman, brujo o curandero, y con ello evitar que la persona acuda con el sacerdote
o se determine a una vida de conversión.
Los exorcistas en sus crónicas y narraciones
exponen gran número de casos en los que ante un mal incurable con la medicina, las personas acudieron con el hechicero, chaman
o brujo, quien certeramente les dijo que eran objeto de un hechizo o maleficio, y por una fuerte cantidad de dinero, los “cura”.
“Después
de algunos días, la persona se siente totalmente curada y está muy contenta de cómo ha gastado ese millón. Es el demonio que
se ha ido. Al cabo de un año reaparecen aquellos trastornos. El pobrecillo reanuda el recorrido de médicos, pero las medicinas
resultan impotentes, mientras que el mal va en aumento. Es el demonio que ha vuelto con otros siete espíritus peores que él.
En el colmo de la resignación, el paciente piensa: “Aquel mago me cobró un millón, pero me quitó el mal”; y así
vuelve a verle sin darse cuenta de que ha sido precisamente él quien le ha causado el agravamiento del mal. Y le dicen: “Esta
vez le han echado un hechizo mucho mayor. Si quiere se lo quito y a usted sólo le pido cinco millones de liras; a otro le
pediría el doble”. Y vuelta a empezar. Si finalmente la víctima se confía a un exorcista, además del pequeño mal inicial
hay que liberarla del mal mayor provocado por el mago” (Gabriele
Amorth. Op. Cit. Pp. 148-149).
Este es sin duda uno de los poderes
que da el demonio a sus devotos, el de expulsarlo. Como todo lo de él, se trata de un engaño y su propósito es que
las víctimas y quienes los rodean se inicien en su ciencia del bien y del mal y en consecuencia, desconfíen de los medios
que proporciona la iglesia ya que ante el populacho y los ignorantes parece que ejercen mayor poder y eficacia los chamanes,
hechiceros, sanadores, magos y brujos, que los ministros de la Iglesia.
En el caso de los exorcistas, se da
una agravante, ya que vienen a ser una especie en extinción ¡a manos de los propios obispos! Pues no quieren saber nada de
posesos. A muchos les espantan los alaridos de los posesos y no pocos se atemorizan por la muy extendida patraña de que a
través de los posesos, cuando son exorcizados, el demonio dice los pecados de los curas o de los obispos. ¡Que aberración!
Se parecen a los fariseos anatemizados por el propio Cristo, ya que ni entran ni dejan entrar a los demás al Reino de Cristo.
Ello es campo fecundo para que muchos
sacerdotes que no tienen autorización expresa y por escrito del Obispo para exorcizar,
se atribuyan este ejercicio, por el frenesí de luchar contra el demonio. Hay que reiterar que en la Iglesia Católica, el exorcismo
es un sacramental, el cual solamente puede ser administrado por el sacerdote a quien el Obispo de la diócesis haya facultado
expresamente con tal oficio y solamente cuando el ordinario, conociendo el caso, así lo autoriza. Aquel sacerdote que sin
contar con ello se dedique a administrar el sacramental, comete grave desobediencia
y se coloca en riesgo de ser disciplinado o de ser suspendido, según la gravedad del caso.
Al atribuirse funciones de exorcista,
cuando no existe autorización del obispo, el sacerdote incurre en grave riesgo de que no administre el sacramental, de facto,
sino que lo que esté haciendo sean rituales de magia, ya que la diferencia entre el sacramental de la iglesia, administrado
con autorización del Obispo, cuenta con la fuerza impretatoria de la Iglesia, mientras que las oraciones de liberación que
pronuncie un sacerdote que por cuenta propia quiera expulsar al demonio, carece de esta facultad, y puede estar sustentado
incluso en la soberbia o en la vanidad, por lo cual de hecho puede darse entre este y el maligno un pacto de facto, mediante
el cual el demonio salga del poseso ante el ejercicio del sacerdote e incluso lo haga muy pronto. El objetivo del maligno
es evidente, levantarse frente a la autoridad eclesiástica y alimentar la soberbia de tal presbítero y la falsa percepción
de santidad ante la gente.
El padre Gabriele Amorth señala:
“”A
los que creyeren les acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios” (Mc. 16, 17): este poder que Jesús
confirió a todos los creyentes conserva toda su validez. Es un poder general basado en la fe y en la oración. Puede ser ejercido
por individuos o por comunidades. Es siempre posible y no requiere ninguna autorización. Pero precisemos el lenguaje: en este
caso se trata de plegarias de liberación, no de exorcismos. La Iglesia, para dar más eficacia a ese poder conferido por Cristo
y para salvaguardar a los fieles de embrollones y magos, ha instituido un sacramental particular, el exorcismo, que puede
ser administrado exclusivamente por los obispos o los sacerdotes (por tanto, nunca por laicos) que han recibido del obispo
licencia específica y expresa.. Así lo dispone el Derecho canónico (can. 1172) que nos recuerda también cómo los sacramentales
se valen de la fuerza de impetración de la Iglesia, a diferencia de las oraciones
privadas (can. 1166), y cómo deben ser administrados observando cuidadosamente los ritos y las fórmulas aprobadas por la Iglesia
(can. 1167). De ello se deduce que sólo al sacerdote autorizado, además del obispo exorcizante (¡ojalá los hubiera!), corresponde
el nombre de exorcista. Es un nombre hoy sobredimensionado. Muchos sacerdotes y laicos, se llaman exorcistas cuando no lo
son. Y muchos dicen que hacen exorcismos, mientras que sólo hacen plegarias de liberación, cuan do no hacen incluso magia...”
(Op. Cit. Pp. 43-44).
Quienes siendo sacerdotes o no, son
presas del frenesí de luchar contra el demonio, frecuentemente presentan con ello la fenomenología de la obsesión diabólica,
que ante los espíritus débiles, --que no andan en pos de la cruz de Cristo, con la ordinaria negación de sí mismos y el ejercicio
de las virtudes, la oración y la vida sacramental como centro de sus vidas—es la puerta por la cual el demonio los hace
presas y los convierte en magos de hecho. Mediante el uso de sus “dones” o “poderes”,
más o menos habitualmente, los convence que provienen de ellos por ser elegidos de Dios y con una vida fuera de la conversión,
de la compunción, de los sacramentos, de la obediencia, pronto empiezan a hacer uso de su voluntad como instrumento mágico
para ordenar que ocurran cosas. Se trata del pacto de hecho, del que ya hemos expuesto.
De este tipo de magia, muy sutil y
peligrosa, ya se hace referencia desde 1628. Vicente Risco cita la obra de Pedro Ciruelo: Tratado en el que se reprueban
todas las supersticiones:
“...quando
alguno puro lego (...) se muestra por sacador de espíritus malos de los hombres endemoniados, y usa este oficio públicamente,
ay grande sospecha del, que debe ser nigromántico hechicero, y que lo haga por pacto de amistad que tiene con el diablo, o
claramente, o solapada y encubierta... Y el diablo, para más los engañar, hales enseñado ciertos conjuros, casi semejantes
a los que usa la Santa Iglesia Católica contra los demonios, para los compeler a que salgan aunque no quieran de los cuerpos
de los hombres. Estos conjuros diabólicos, con algunas palabras santas y buenas, están mezcladas otras malas, y también algunas
vanas supersticiones: y aunque los tales conjuros no tengan virtud para compeler al diablo a que salga de los hombres contra
su voluntad: mas estos malos conjuradores fingen que hazen fuerza al diablo y lo compelen a salid. Y esto es por concierto
secreto que hay entre ellos dos, como entre dos malos hombres que fingen que riñen y se amenazan, y entre ellos se entienden,
porque cuando uno diga esto, el otro responde lo otro, etc. Esta arte ordenó el diablo para tener mucha plática de palabras
con los hombres, y porque por oyr las razones que dize el nigromántico y cómo le responde el diablo, allégase mucha gente
a los oyr: y esto desea mucho el diablo tener grande auditorio, para con sus razones sembrar algunos errores contra la Fe
y contra la religión Cristiana, y para mandar a que hagan algunas obras vanas y supersticiosas so color de santas y devotas.
Allí procura disfamar a algunas personas de honra, descubrir hurtos y pecados secretos, procura de hazer a los oyentes que
caigan en pecados de pensamientos...”
“Mas el
malo y supersticioso tiene otros conjuros (que no son los de la iglesia) secretos, que los saben pocos, y no los quiere el
demostrar sino a sus amigos, discípulos del diablo: y juntamente con las palabras que dize, haze otras ceremonias de yerbas
y sahumerios de muy malos olores; y aun en las palabras ay vocablos ignotos, y tienen lagunas dellas tan secretas, que no
las dicen sino al endemoniado en la oreja..., trata muchas razones con el diablo y gasta mucho tiempo en demandas y respuestas,
y esto en pública audiencia de mucha gente, y demanda la señal de alguna moneda ignota de otra tierra, pregúntale que diga
quién es y cómo se llama, y a qué vino allí, y házele muchas otras preguntas para allegar allí mucha gente, y multiplica palabras
que oigan todos y se estén allí abobados...; mándale que torne tal día, y a tal hora, al mismo cuerpo, para que comparezca
a su audiencia, y quando sale la primera vez, mándale que al salir haga algún estruendo, o alguna otra señal que la vean y
oygan todos lo que allí están...”
Estos conjuros
contra la diabólica posesión se encuentran en la mayoría de los Grimorios y Rituales mágicos, como en el Enchiridion Leonis
Papae, colección de oraciones que se dice enviadas al emperador Carlomagno por el Papa León III; en el Gran Grimorio; en diferentes
ediciones del Grande y Pequeño Alberto, atribuidos a san Alberto Magno; en el Sexto y Séptimo Libros de Moisés, pretendida
continuación del Pentateuco, etc.” (Vicente Risco. Op. Cit. Pp.
182-183).
A lo largo del tiempo y derivado de
esta fuente, tales prácticas las han realizado diversidad de personas, que no necesariamente han estado relacionados con el
clero, hasta personas muy ignorantes. En este último caso se encuentra gran cantidad de personas que se tribuyen el “don”
de curar. Van a su iglesia y se ostentan como cristianos regulares o buenos cristianos, pero al mismo tiempo practican la
magia y los rituales prescritos en el libro de Eliphas Levi.
Otro gran segmento de la población
ha renunciado a instruirse en la religión de Cristo, y en contraparte, creen en horóscopos, limpias, sanaciones, elíxires,
sortilegios y prácticas para obtener dinero –como poner una rana en la puerta de sus casas--, amor, para librarse de
hechizos y maleficios, llenarse de energía cósmica, etc.
En general, independientemente de la
tradición brujeril negra que se practique, todos los brujos hacen lo siguiente: reniegan de Dios, blasfeman de Dios, adoran
al diablo, entregan a sus hijos al diablo, sacrifican niños al demonio antes de que sean bautizados, consagran a niños al
demonio desde el vientre de sus madres, prometen atraer al servicio del demonio a todos los que puedan, juran todo en nombre
del diablo, no respetan ley alguna, cometen incesto, asesinan personas y cometen canibalismo, matan personas mediante
sortilegios y venenos, hacen morir a los animales, causan esterilidad en las personas, y en todo sirven al demonio.
Asimismo, la vertiente de servidores
del demonio de los denominados “magos blancos”, establecen para sí y para los demás, la definición del bien y
del mal conforme a los intereses del bienestar y de las zonas de confort de la humanidad, por tanto, se oponen a toda forma
de sufrimiento, dolor, y todo cuanto hacen es para propiciar el bienestar. Aunque se dicen opuestos a la magia negra, todo
cuanto hacen es contrario a la cruz redentora de Cristo y al sufrimiento santificador, por lo cual se establecen en la parte
de confort para el hombre de la ciencia del bien y del mal del demonio.
A este respecto conviene señalar que
los intereses de Dios no son los intereses del hombre y sus pensamientos no son los del hombre. Por eso cuando Cristo anuncia
que será entregado y que tiene que sufrir mucho, ante la persuasión de san Pedro en contrario, advierte que los pensamientos
del demonio no son como los de Dios, “sino los de los hombres” (Mc. 8, 33; Mt. 16, 23). La magia blanca
se fundamenta en este tipo de sentimientos y pensamientos. Por esta razón su padre es el demonio y tanto sus magos como sus
creyentes, son sus hijos.
Un apartado especial corresponde al
maleficio, que es una operación específica de magos y brujos. Entran en su clasificación las acciones mágicas para
producir un mal o un bien a la persona y aquellas acciones con las que se pretende deshacer el maleficio. Ambas acciones son
maleficios.
Tradicionalmente, con variables,
dependiendo de la tradición mágica del brujo, se practican los siguientes tipos de maleficio: somnífico, amatorio, hostil,
de la fascinación; de los venenos, de los sagitarios; asesinos y fabricadores de imágenes; de las enfermedades; de las ligaduras,
el incediario.
“Los autores
distinguen el maleficio de amor, llamado benéfico (de Venus), en el cual entran
los filtros y sortilegios amatorios, y el maleficio de odio, o maleficio propiamente dicho, en el cual son de notar el llamado en francés envoutement y en español hechizamiento, consistente en hacer una figura
de cera a imagen del que ha de ser hechizado, bautizarla con su nombre y luego clavarle alfileres en aquellas partes del cuerpo
en que se quiere dañarlo; la fascinación, o mal de ojo; la formación de tempestades y granizos; la conversión en sangre de
la leche de las vacas; las epidemias del ganado, etc. (...) Se empleaban también procedimientos de magia negra para obteber
dinero, librarse de enfermedades, huir de la justicia. Por ejemplo, se llamaba maleficio de taciturnidad al que se usaba para
resistir la tortura sin “cantar”, esto es, sin hacer revelaciones;
para ello uno de los procedimientos era escribir en un pergamino ciertas palabras,
después raspar lo escrito y beber las raspaduras echadas en un vaso de vino. El ladrón que quería entrar en casa ajena sin
ser visto ni advertido, se procuraba la main de gloire, que era la mano de un ahorcado desecada y sometida a ciertas ceremonias en ensalmos que prescriben los grimorios. El que pretendía hacerse invulnerable, se
revestía de la camisa de necesidad, tejida con lino hilado por una doncella y fabricada en la noche de Pascua de Resurrección,
bordándole en el pecho dos cabezas barbudas, bajo la corona de Lucifer (acaso las
de macroposopos y Microprosopos)” (Vicente Risco. Op. Cit. P.
213-214).
Otra forma de maleficio
es el de los filtros y el arte de administrarlos es análogo al de los venenos. Los hay de hombres para mujeres y viceversa.
Tienen en la mayoría de los casos, por base de su elaboración, el semen y la sangre menstrual. “Las raspaduras de
las uñas del enamorado, sus cabellos y hasta los orines y el sudor se empleaban con ese objeto” (Risco. Op. Cit. P. 215).
Se usan también los genitales de aves
y animales, especialmente aquellos que en las creencias populares tienen fuerza viril. Asimismo, sesos de burro, codorniz,
sangre de rana, corazón de paloma, hígado de ruiseñor, riñón de liebre, lengua de víbora.
Polvos de cantáridas, manzanas de ciprés;
perfumes como el ámbar gris y piedras como la astroita y el cuarzo. Asimismo, ciertas palabras bíblicas.
El padre Gabriele Amorth
considera como formas de maleficio las siguientes, a nuestro parecer desde un punto de vista operativo y de gravedad de responsabilidad:
la magia negra, las maldiciones, el mal de ojo y los hechizos.
En el caso de la magia negra, o
brujería, o ritos satánicos que tienen su culminación en las misas negras, señala que:
“Su característica es hacer recaer el maleficio sobre una determinada persona mediante fórmulas mágicas
o ritos, a veces incluso muy complejos, con invocaciones dirigidas al demonio, pero sin usar objetos específicos” (Op.
Cit. P. 136-137).
Las maldiciones
son deseos de que caiga el mal sobre alguna persona, y el agente que lo realiza es el demonio, cuando tales maldiciones se
pronuncian con verdadera perfidia, sobre todo si existen vínculos sanguíneos entre el maldiciente y el maldecido.
“Los casos
más frecuentes y graves que he presenciado se refería a padres o abuelos que maldijeron a sus hijos o nietos. La maldición
ha demostrado ser muy grave si se refería a su existencia o era formulada en circunstancias particulares, por ejemplo en el
día de la boda. El vínculo que una a padres e hijos y la autoridad de los primeros no se iguala a la de ninguna otra persona”
(Op. Cit. P. 137).
El mal de ojo consiste,
por su parte, en un maleficio hecho por una persona por medio de la mirada y supone la intención de causar un mal con la intervención del demonio.
El hechizo es el medio más utilizado
para realizar maleficios mediante la confección de un objeto con materiales extraños que adquieren valor simbólico como medio
ofrecido al demonio para que imprima en este su fuerza maléfica.
“Existe
un modo directo, que consiste en hacer beber o comer a la víctima una comida o una bebida en la que se ha mezclado el hechizo.
Este se prepara con los ingredientes más variados: sangre de menstruación, huesos de muertos, polvos diversos, en general
negros (quemados), partes de animales entre las que predominan el corazón, hierbas especiales... Pero la eficacia maléfica
no la da tanto el material usado como la voluntad de hacer daño con intervención del demonio; y tal voluntad se manifiesta
con las fórmulas ocultas pronunciadas mientras se confeccionan aquellos mejunjes. Casi siempre la persona que se ve afectada
de este modo, además de otros trastornos, sufre el dolor de estómago que los exorcistas saben detectar perfectamente y sólo
se cura después de haber liberado el estómago con muchos vómitos o muchas heces, en que se expulsan las cosas más extrañas”
(...) “...otro modo que podemos llamar indirecto (...) consiste en hechizar objetos pertenecientes a la persona la que
se quiere perjudicar (fotografías, indumentaria o cosas pertenecientes a la misma) o
en hechizar figuras que la representan: muñecos, muñecas, animales, a veces personas vivas, del mismo sexo y edad.
Se trata de material de transferencia, al que afectan los mismos males que se quiere causar a la persona designada”
(Gabriele Amorth. Op. Cit. Pp. 130-140)
También menciona otro hechizo confeccionado
en forma de atadura, en cuyo caso el material para la transferencia incluye ligaduras con cabellos o tiras de tela
de varios colores, sobre todo blanco, negro, azul, rojo, según el objetivo deseado.
Agrega que los hechizos se provocan
con objetos muy extraños que se encuentran en las almohadas y los colchones de las víctimas.
“Se encuentra
de todo: cintas coloreadas y anudadas, mechones de cabellos estrechamente trenzados, cuerdas llenas de nudos, lana apretadamente
entrelazada por una fuerza sobrehumana en forma de corona o de animales (especialmente ratones) o de figuras geométricas;
grumos de sangre, trozos de madera o de hierro, alambres retorcidos, muñecas llenas de señales o heridas, etc. Otras veces
se formas de improviso complicados enredos en el cabello de las mujeres o los niños. Todo ello son cosas o hechos que no se
explican sin la intervención de una mano invisible. En otras ocasiones, esos objetos extraños no aparecen a primera vista,
después de haber destripado colchones o almohadas; pero después, si se rocía con agua exorcizada o se introduce alguna imagen
bendita (especialmente de un crucifijo o de la Virgen), aparecen los objetos más extraños” (Op. Cit. Pp. 141-142).
El padre Amorth distingue varias clases de maleficio, según la finalidad que persiga el que los contrata: de división,
si va dirigido a conseguir que los esposos, una pareja de novios o unos amigos se separen; de enamoramiento, si se
pretende que dos se junten o se casen; para causar enfermedad, de destrucción (también llamados de muerte).
El maleficio puede ser causa frecuente
de posesión diabólica activa sin culpa de la víctima.
“Cuando
el Ritual sugiere las preguntas que se le deben hacer al demonio, la norma 20 exhorta al exorcista a preguntar sobre el motivo
de la presencia misma del demonio en aquel cuerpo, en especial si depende de un maleficio; en este caso, si la persona ha
sido afectada después de comer o beber sustancias maléficas, el exorcista debe ordenarle que las vomite. Si, en cambio, se
ha escondido algo maléfico fuera del cuerpo, el exorcista debe hacerse indicar el lugar, buscar el objeto y quemarlo”
(Gabriele Amorth. Op. Cit. Pp. 144-145).
Finalmente, hay que advertir que el
maleficio puede hacerse a grupos enteros de personas, sobre todo para hacerles creer cosas.
“Es increíble
la habilidad del demonio para conseguir engañar, para introducir los peores errores a grupos enteros. Hay quien sostiene que
es más fácil engañar a una multitud que a una sola persona. La verdad es que el demonio puede afectar a grupos incluso muy
numerosos; pero casi siempre notamos en estos hechos un consenso humano, una culpa humana de libre adhesión a la obra satánica:
por interés, por vicio, por ambición, son muchos los posibles motivos. La influencia del demonio sobre la colectividad puede
revestir aspectos de lo más dañino, de lo más potente” (Gabriele Amorth. Op. Cit. Pp. 160).
Como se ha anotado, muchas personas
contratan a brujos para realizar ritos para obtener dinero, poder, el sometimiento
de otros, para realizar venganzas, para saber cosas lejanas y ocultas y en fin, para realizar en su beneficio lo que quieran,
por medio del demonio. Otros compran objetos “de poder” en sus tiendas, o utilizan objetos comprados en cualquier
mercado, con el objeto de darles el uso de amuletos o fetiches.
Quienes hacen esto, establecen un pacto
de facto con el demonio. Obtengan o no lo que desean, al cometer el pecado en contra del primer mandamiento de la Ley
de Dios por este conducto, abren la puerta de su persona para que el demonio los obsesione o se posesione de ellos de forma
activa o pasiva. En todos los casos se transforman en hijos del diablo.
De entrada, por el simple acto de acudir
con brujos y hechiceros, aunque se digan blancos o de comprar en sus tiendas algún objeto mágico, o de adquirir donde sea
algún objeto que se use como amuleto, por haberlo leído, visto en la TV o escuchado en el radio, o por recomendación de alguien,
la persona empieza a pensar con el conocimiento de la ciencia del bien y del mal del demonio, esto es, conforme a sus particulares
intereses. Una manifestación puede ser una gran aversión contra todo lo sagrado,
contra oraciones, iglesias, imágenes, ministros, además de otros males diversos. En muchos casos se da un sincretismo o mezcla
de religiosidad popular con la aceptación de las prácticas mágicas. Hoy en día cohabitan ciencia y magia, religión y antiguas
prácticas.
Cualquiera que se diga cristiano, que
no tenga bien fundada su fe en una dedicada formación en el catecismo, cree que no pasa nada con acudir con los magos, hechiceros,
chamanes o brujos. Aquellos que se engañan a sí mismos creyendo que pueden engañar
a Dios, al asumir que no se les tomará en cuenta el hecho de que busquen hacer mal a alguien o cometer pecado, pensando que
luego se arrepentirán y Dios les perdonará.
“...especialmente
en el campo, hay gente muy religiosa que recurre a santones (hombres o mujeres) para resolver sus dificultades más heterogéneas:
desde enfermedades hasta el mal de ojo, desde la búsqueda de trabajo a la búsqueda de un marido. Son personas santas “que
van siempre a la iglesia”; todavía hoy se encuentran mujeres que, de buena fe, enseñan a sus hijas, los gestos y el
rito para quitar el mal de ojo en la noche de Navidad; o cuelgan del cuello de los hijos cadenitas con crucifijos o medallas
benditas, y les ponen al lado “pelos de tejón” o “dientes de lobo” o “cuernecillos rojos”:
objetos todos que, aunque no hayan sido “cargados” de negatividad con ritos mágicos, atan al demonio mediante
el pecado de superstición” (Gabriele Amorth. Op. Cit. Pp. 156-157).
Lo mismo aplica para quienes se hacen
echar las cartas o leer el Tarot, consultar espiritistas y mediums.
“...quien
ha encargado el trabajo al mago, una vez ofrecido el “sacrificio”, representado por una ofrenda, incluso muy pequeña
y entregadas las cosas solicitadas, aunque respetando ciertas reglas que se le han sugerido: dar la vuelta alrededor de siete
iglesias, velas para encender en un momento dado, polvos para esparcir, objetos para llevar encima de uno mismo o para poner
encima de otro, y así sucesivamente. De este modo contra con el demonio un vínculo más o menos pesado, con malas consecuencias
para el alma y el cuerpo. Muchas veces han venido a verme madres que anteriormente habían llevado a sus niños a magos, y les
habían hecho llevar encima ciertas cosas que a ojos inexpertos podían parecer baratijas, pero que, por sus consecuencias maléficas,
se habían revelado como verdaderos maleficios. Si uno se sitúa en el terreno del enemigo, cae en su poder, aun cuando se haya
actuado “de buena fe”, y sólo la poderosa mano de Dios puede liberar de los vínculos contraídos” (Gabriele
Amorth. Op. Cit. Pp. 154).
Hay quienes solicitan talismanes y
amuletos, que portan consigo o los ponen en sus negocios, oficinas, autos y en sus casas.
“...es
uno de los mayores atractivos para los incautos clientes que se creen afectados por una suerte adversa, la mala sombra, la
incomprensión, la falta de amor o la pobreza; y están muy contentos de pagar el precio, a veces muy elevado, de estos amuletos
que deberían liberarles de todas sus desdichas. En cambio se llevan encima una carga negativa tal que puede hacerles daño
no sólo a ellos sino también a los miembros de su familia” (Gabriele Amorth. Op. Cit. Pp. 155).
El uso de filtros mágicos, puede provocar
la sugestión o vejación diabólica –formas de obsesión, a nuestro juicio—sobre quien los ingiera.
“El desdichado
encontrará en su cuerpo no solamente algo desagradable, sino también los espíritus maléficos invocados para la preparación
del maleficio. Es conocido el “filtro de amor”, que puede imponer un horrible vínculo (también llamado “atadura”),
debido a las potencias satánicas” (Gabriele Amorth. Op. Cit. Pp. 155-156).
Las referencias anteriores son con respecto
de las relaciones de tipo corriente que se dan entre la gente del pueblo y los brujos. Existe además un estrecho vínculo
de estos con los poderosos del mundo, cuyo objeto es adquirir o aumentar su poder, riquezas,
su dominio en la política, las finanzas, la sociedad, y las relaciones con poderosos de todos los ámbitos. En este círculo
hay personajes de todos tamaños y posiciones que contratan brujos y lo llegan a tener en servicio exclusivo.
Desde caciques de pueblo hasta presidentes
de países y reyes, usan de los servicios del demonio por este conducto y es de llamar la atención el tipo de ofrendas que
se obligan a entregar para obtener lo que piden al diablo.
No es raro observar como fallecen esposas,
esposos, hijos, hermanos, amigos, socios y otras personas con las que se relacionan personajes muy poderosas en la política,
los negocios, el deporte, el arte, los espectáculos, la sociedad, la academia y en todos los renglones en donde existan jerarquías
y ejercicios de poder.
Les ocurren accidentes o mueren en
circunstancias misteriosas; incluso los propios poderosos, una vez que ha pasado su mejor momento, mueren asesinados, en accidentes
horribles o en circunstancias igualmente misteriosas.
Como se ha dicho, casi siempre salen exitosos en todo y son gente que tiene el amplio reconocimiento y alabanza de los hombres. Ello se debe a que se han entregado al servicio del demonio a cambio de la gloria del mundo,
y lo han hecho por medio de los brujos, por lo que constituyen un círculo de hijos del diablo. A este respecto, conviene consignar
algunas narraciones, que son de hechos antiguos, que reflejan acciones que ocurren, con sus variables el día de hoy.
Existen numerosos relatos de obispos
y sacerdotes que usaron al diablo como transporte, para ir en segundos de un lugar distante a otro, de un país a otro. Se
cuenta que el papa Honorio III hizo recluir por nigromante al arzobispo de Compostela Dom Pedro Moins, por ello.
El noble bretón Gilles de Laval, señor de Raiz, mariscal del rey de Francia, defensor de Juana de Arco, necesitando dinero,
se dedicó a la alquimia pretendiendo transmutar para convertir metales en oro, pero al fracasar, hizo un pacto con el diablo,
se volvió pederasta y degolló a un niño, le corto las manos y sacó los ojos; con su sangre escribió las fórmulas mágicas.
Posteriormente se obsesionó con la sangre y continuó destazando niños, de tal forma que aterrorizó la región.
Le acometían crisis de remordimiento
y rogaba perdón a Dios, hacia ofrendas, fundó colegios y hacia penitencia, pero luego volvía a los asesinatos. Cuando fue
descubierto, confesó haber matado a unos 800 niños.
Por su parte, el marqués de Villena,
Enrique de Aragón buscaba la inmortalidad y obtuvo conocimientos mágicos para
volver a la juventud su cuerpo viejo. Ayudado de su criado, un negro moro, se hizo destazar en trozos pequeños, introdujo
toda la masa en una redoma, la cual puso en estiércol de caballo.
No se sabe cuantas veces hizo esto,
pero hubo una última, la cual salió mal, debido a que durante el tiempo que duraba la operación mágica, el criado se hizo
pasar por el amo, y sospechando la justicia que lo había matado, lo sometieron a tortura. Fue encontrada entonces la redoma,
en cuyo interior había un feto terminándose de desarrollar. Todo fue destruido.
En el caso de Catalina de Medicis,
se cuenta que junto con su hijo el rey Carlos IX realizó el hechizo de la cabeza sangrienta, que consiste en la realización
simultánea de una misa y una misa negra, consagrar la hostia blanca y la negra, dar
la primera comunión a un niño, cortarle la cabeza y colocarla sobre la hostia negra, luego realizar los ritos satánicos y
el conjuro para que la cabeza diga todo cuantos se le pregunte, siendo el demonio el que responde.
Abandonada por el rey Luis
XIV, María Olimpia de Manzini, sobrina el cardenal Mazarino, pagaba misas negras para recuperar al rey. De manera similar
procedió Francisca Atenais de Rochechouart, de Mortemar, marquesa de Montespan para pedir al demonio la amistad del rey delfín
de Francia, y el favor de todos los poderosos. Así procedió también Mme. Des Oeillettes, quien participó en la misa negra
“espermática”. (Vicente Risco. Op. Cit. Pp. 201,207, 210, 211,228,
230, 246).
Hoy en día se practican toda la gama
de rituales de misa negra. Por no solo eso, existe una explosión de paganismo y naturalismo, conocimientos alienígenas, nueva
era, masonería, etc. Al respecto conviene consultar la obra de Luis Eduardo López Padilla “Las Profundidades de
Satanás”, en que aporta abundante documentación y análisis sobre tales creencias, su relación con el demonio y su reino.
Cabe en este punto hacer referencia a una masa de personas de todas las clases sociales y niveles de instrucción, sobre todo
entre los más estudiados, que tienen la falsa percepción de que si ellos no creen en la brujería y en los maleficios, aunque
alguna persona pretenda afectarlos, nada les pasará. No pocos sacerdotes hacen este tipo de afirmaciones también. Por ello
muchas personas se sienten seguros de que nada les pasará porque están protegidos al no creer en ello.
Tal seguridad está sustentada por alfileres,
ya que la única protección contra hechizos, maleficios y artilugios diabólicos, en todos los casos, se funda en una sólida
vida en la gracia de Dios y en la virtud. La existencia de la percepción antes aludida, se debe a que se trata de un engaño
más del demonio para los ignorantes, lo cual está a la vista, ya que el sujeto pone toda su confianza en sí mismo y no en
Dios, confía en que al no dar crédito a tales cosas, por ser supercherías, nada le pasará, esto es, realiza un acto de confianza
en sí mismo, con lo que atrae sobre su cabeza el anatema: “maldito el hombre que confía en el hombre y de Dios aparta
su corazón” (Jer. 17, 10).
Con tal acción, comete
el pecado que lo coloca en la familia de los hijos del diablo por poner su seguridad en sí mismo y no en Dios. Cabe señalar
que no porque una persona, de la religión que fuere o aunque sea ateo, se abstenga de creer en la brujería, eso lo salvará
de sus efectos cuando un verdadero brujo le haga un trabajo. Así lo sustenta la experiencia de todos los exorcistas de todas
las religiones.
Por último, también existe una simiente
de hijos del diablo constituida por los ateos, quienes no por negar la existencia de Dios y del diablo, por eso quedan exentos
del juicio de sus actos. Cabe señalar que quienes siendo bautizados se hicieron ateos, son apóstatas de la fe y por ello se
convirtieron en hijos del diablo.
Expuesto lo anterior, es posible enumerar,
de manera enunciativa, mas no limitativa, algunas causas prominentes por las que alguno se convierte en hijo del
diablo:
1.- Por una vida entregada a uno o
varios pecados; por cometer pecados que claman justicia al cielo y contra el Espíritu Santo y permanecer en estos.
2.- Por establecer pacto implícito,
explícito o de facto con el diablo.
3.- Por realizar prácticas mágicas
blancas, negras o de cualquier color (incluye el uso de amuletos y fetiches, objetos de protección, etc.).
4.- Por contratar los servicios de
chamanes, brujos magos, hechiceros, curanderos etc, con el objeto de que realicen prácticas mágicas de beneficio o perjuicio.
5.- Por consagrarse al demonio o a
cualquier espíritu, de manera explícita, implícita o de facto como brujo, chaman, hechicero, mago, curandero, exorcista, espiritista, sanador, etc.
6.- Por beneficiarse de manera directa
o indirecta y con conocimiento de ello, de la mentira de otros y el pecado de otros.
7.- Por entregarse de manera explícita,
implícita o de facto al ateísmo.
8.- Por negar a Dios.
9.- Por oponerse a Dios y a su iglesia.
10.- Por utilizar a la religión y su
doctrina con propósitos de beneficio personal y en contra del justo.
11.- Por atribuir las cosas de Dios
al demonio y viceversa.
12.- Por acusar al justo de obrar poseso
del demonio y con su poder.
13.- Por cometer pecados en contra
de los niños.
14.- Por entregar al justo a la muerte.
15.- Por difundir conocimientos y prácticas
de inducción al pecado a otros.
17.- Por desestimar, menospreciar,
contradecir o modificar las enseñanzas de Cristo y su Iglesia.
18.- Por obrar el mal en contra del
prójimo en cualquiera de sus formas.
19.- Por hacerse enemigo de la justicia
de Dios y de los hombres, y obrar en consecuencia.
20.- Por utilizar el poder del mal
y del demonio en cualquiera de sus formas.
21.- Por desear el mal contra el prójimo.
22.- Por gozarse del mal del prójimo.
23.- Por poner como objeto de su vida
a algo distinto de Dios.
24.- Por gozarse con algún hecho, cosa
o fenómeno que proceda del demonio y sus hijos.
25.- Utilizar la verdad para estructurar
y reforzar la mentira.
26.- Distorsionar la verdad para consumar
la mentira.
27.- Proclamar la mentira como si fuera
la verdad.
Francisco Martínez resume la filiación
diabólica de la siguiente manera:
“Algunos
lo son porque, al dejarse engañar por él, hacen una especie de pacto o compromiso, aunque no lo llamen así ni le den todas
las formalidades; y otros porque, probablemente en su ignorancia o en su ingenuidad, caen en sus redes. Ambos, quiéranlo o
no, son utilizados por el enemigo. ¿Quiénes esos tales? Son muchos; por ejemplo,
los que mienten en su vida privada y en su vida profesional o social; los que impugnan la verdad o atacan las verdades naturales
y las que Dios ha revelado; los que hacen el mal y propagan el error como si fueran el bien y la verdad, fuentes de la felicidad;
los que blasfeman y los que interpretan incorrectamente las Sagradas Escrituras, proponiéndose a sí mismos como nuevos profetas
y heraldos divinos, y no hacen caso del Magisterio de la Iglesia; los que presentan la vida recta, sencilla y virtuosa como
algo ridículo y anticuado; los que actúan contra la ley natural e incluso alardean de ello, y presentan muchas veces sus obras
como grandes conquistas, considerando el bienestar material como la única meta del hombre, sin ninguna referencia a Dios;
los que atentan contra las autoridades justa y legítimamente constituidas... Pertenecen al mismo bando del que venimos hablando
los que faltan a la caridad con sus hermanos los hombres; los que llevan una vida al estilo animal; los egoístas que piensan
sólo en sí y únicamente buscan su complacencia; los que viven de manera escandalosa; y no se diga los homicidas, los que se
sienten con derecho a decidir sobre la existencia de los demás seres humanos, ya sean recién concebidos, minusválidos o ancianos
indefensos; así como los que imponen por la fuerza un sistema de vida degradante e injusto a los ciudadanos de cualquier país”
(Francisco Martínez G. Op. Cit. Pp. 59-60).