“El influjo
nefasto del demonio y sus secuaces es habitualmente ejercitado a través del engaño, el embuste, la mentira y la confusión.
Como Jesús es la verdad (Jn. 8,44), así el diablo es el mentiroso por excelencia.
Desde siempre,
desde el principio, el engaño ha sido su estrategia preferida. No hay duda que el diablo logra enredar a tantas personas en
las redes de sus mentiras, pequeñas o clamorosas. Engaña a los hombres haciéndoles creer que la felicidad se encuentra en
el dinero, el poder, y en la concupiscencia carnal.
Engaña a los
hombres persuadiéndolos de que no tienen necesidad de Dios y que son autosuficientes, sin necesidad de la gracia y de la salvación.
Incluso engaña a los hombres disminuyendo, es más, haciendo desaparecer el sentido del pecado, sustituyendo a la ley de Dios
como criterio de moralidad, por las costumbres o las convenciones de la mayoría.
Persuade a los
niños de que la mentira es un modo apropiado para resolver diversos problemas, y así, poco a poco se crea entre los hombres
una atmósfera de desconfianza y de sospecha. Detrás de las mentiras y los engaños, que llevan en sí la imagen del gran mentiroso,
se desarrollan las incertidumbres, las dudas, un mundo donde no hay más seguridad ni verdad y donde, en cambio, reina el relativismo
y la convicción que la libertad consiste en el hacer lo que se quiere: así no se entiende más que la verdadera libertad es
la identificación con la voluntad de Dios, fuente del bien y de la única felicidad posible”.
(http://www.aciprensa.com/controversias/exorcismo/exorcismo3.htm)
El diablo actúa en lo individual y
en lo colectivo de las relaciones de los hombres. En este apartado remitimos al tratado que ha escrito Luis Eduardo López
Padilla, que a nuestro parecer, es la obra más completa y apropiada para este tiempo que se ha escrito sobre el diablo:
Las Profundidades de Satanás. Aquí exponemos solamente un resumen del tema en particular.
Aunque por su naturaleza, las relaciones
colectivas de las personas no son en malas, las condiciones de masificación las hacen propensas a formar parte de lo
que se llama el mundo, que es campo del demonio. Ello se puede identificar, con toda claridad, en todas las épocas
en el desarrollo de los pueblos, las razas, las naciones, los estados, las sociedades, las comunidades, las poblaciones, las
colonias, las tribus, las etnias, las familias y en las relaciones de persona
a persona.
“En la
Carta apostólica de Juan Pablo II “Parati semper”, del 31 de marzo de 1985 se lee: “La táctica que él (el
maligno) usaba y usa, consiste en no revelarse, con el fin de que el mal, por
él injertado desde el principio, reciba su desarrollo por el hombre mismo, por los sistemas mismos y por las relaciones interhumanas,
entre las clases y entre las naciones” (EV, IX, 1511)” . (Corrado Balducci. Op. Cit. P. 167)
Ello se observa por el tipo de paradigma
e ideologías imperantes y el perfil de acciones de las colectividades ante la vida y la muerte, lo bueno y lo malo, lo que
sirve y lo que no sirve, lo que es de Dios y lo que es de los hombres, así como en las relaciones de las personas.
López Padilla presenta varios hechos
con los que el demonio actúa en la sociedad. Entre estos destaca la negación de su existencia, por un lado, y por otra, la
proliferación y masificación de su culto a través de las más variadas manifestaciones. Así se tiene el desarrollo de filosofías,
culturas e ideologías muy diversas, con las que difunde la mentira sobre los más variados temas y modos de vida del hombre,
costumbres, diversiones y desarrollo en general.
El satanismo en la cultura
es algo muy común el día de hoy, de manera que se ha incorporado al modo de vida de la sociedad y ya nadie le toma importancia. Se difunde por los medios de comunicación, con toda clase de programas,
horóscopos, magia de todos colores y hechizos de los más variados, como un producto
de consumo masivo con el que es posible conseguir todo aquello que alguien quiera.
En esta variedad, hay segmentos para
todos los gustos, desde lo mas light de perfumes y practicas orientalistas, pasando por las mezclas de cosas que parecen de
Dios, santos, etc, con prácticas de magia banca, esoterismo y ocultismo, hasta
rituales de alta magia, hechicería, misas negras e invocaciones al demonio.
Cabe señalar que esas creencias y prácticas
tienen anatema para los cristianos, y aquel que quiera salvar su alma, habrá de no caer en ello, alejarse, repudiarlas y denunciarlas
(Ex. 22, 17; Lev. 20, 27; Dt. 18, 10, 12; Sam. 15, 23; 23, 3-19; Ecl. 3, 34, 5; Is. 3, 3; 47, 12; Jer. 27, 9; Ez. 13, 17-23;
Dan. 2, 1-45; Miq. 3, 5; Hech. 8, 9-11; 13, 6-11; 19, 13-19; Gal. 5, 20).
Con estas practicas el demonio trabaja
para establecer su reino en la tierra, a través de las instituciones humanas y de los gobiernos, de manera que se constituyan
sociedades demoniacas en las que prolifere su adoración (Mt. 4, 8-9) y en las que el espíritu inmundo pueda engañar y destruir
la imagen de Dios en el hombre con la vivencia de los pecados capitales hasta la práctica del sacrificio de niños
al demonio, como ya ha ocurrido en todas las culturas que fueron destruidas por Dios, desde el diluvio universal, cuando parece
haber ocurrido la máxima degradación del ser humano (Gn. 3, 13; 6, 5-8), y como ocurrirá al final (Apoc. 18, 1-3).
La acción de Satanás significa para
el hombre un estado de alerta constante, ya que es una lucha
“que concierne
a todos los hombres de todos los tiempos. No hay duda de que en ciertas épocas de la historia el poder de Satanás se hace
sentir con más fuerza, cuando menos a nivel comunitario y de pecados mayoritarios. Por ejemplo mis estudios sobre la decadencia
del Imperio romano me hicieron poner de relieve la ruina moral de aquella época.
De ello es fiel e inspirado testimonio la Carta de San Pablo a los romanos. Ahora nos encontramos al mismo nivel, debido al
mal uso de los medios de comunicación de masa (buenos en sí mismos) y también al materialismo y al consumismo, que ha envenenado
el mundo occidental (Gabriele Amorth. Op. Cit. P. 27-28).
La expresión social y masiva del demonio
en las naciones, es producto de un trabajo individual que incansablemente desarrolla para que cada persona cometa pecado.
Es algo compulsivo e irrefrenable en él y parece que no puede ser él mismo, sin esta actividad:
“Cuando
el Dragón vio que había sido arrojado a la tierra…despechado contra la mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus
hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Apoc. 12. 13, 17).
La Iglesia reitera la naturaleza de
la contienda:
“Derrotado
por Cristo, Satanás combate contra sus seguidores; la lucha contra “los espíritus malignos continuará y durará, como
dice el Señor, hasta el último día” (Gaudium et Spes 37). Durante este tiempo cada hombre ha sido puesto en estado de
lucha, pues es la vida terrenal una prueba de fidelidad a Dios. Por eso “los fieles deben esforzarse por mantenerse
firmes contra las asechanzas del demonio y hacerle frente el día de la prueba (...) En efecto, antes de reinar con Cristo
glorioso, terminado el curso único de nuestra vida terrenal (¡No existe otra prueba!), compareceremos todos ante el tribunal
de Cristo para rendir cuentas cada uno de lo que hizo en su vida mortal, bueno o malo; y al llegar el fin del mundo saldrán:
quien ha obrado bien a la resurrección de vida; y quien ha obrado mal, para resurrección de condena” (Cfr. Lumen
Gentium 48)”. (Gabriele Amorth. Op. Cit. P. 27)
Este drama en la tierra se encierra
en la historia, de la cual Cristo es Señor, ya que “en su dinamismo más profundo proclama a Cristo en su divina realeza”
(El Comunismo en la Revolución Anticristiana. Julio Meinville. 1983. Manufacturas Lasing. México. P. 17).
El aspecto social de la acción del
diablo en el mundo, que es su dominio, --ya que el es su príncipe y su dios (Jn. 12, 31; 14, 30;16, 11; 2 Cor. 4, 4)-- se
expresa en la historia, la cual se constituye con los actos del hombre.
“La historia
en su realidad última está constituida por las acciones de los hombres. Pero ¿qué tienen de especial las acciones de los hombres
frente a las de otros seres para que precisamente ellas y sólo ellas constituyan a la historia? A esta cuestión, por mucho
que se profundice, no se le puede dar respuesta más satisfactoria que la que dio la sabiduría griega cuando definió al hombre
como animal racional. La historia procede de esta doble condición del hombre. Porque el hombre con su razón pone libremente
un determinado orden en el curso de sus acciones sobre sí mismo, sobre los otros
hombres y sobre las cosas a su servicio, resulta un determinado desarrollo histórico que necesariamente se halla transido
por una contingencia racional. Aunque este desarrollo ha resultado éste y no
otro, pudo haber resultado otro y no este. No solo la serie de la sucesión histórica, sino cada eslabón de esa serie dependiente
de una voluntad humana, pudo haber sido otro. El hombre hace su historia y hace la historia. Por ser racional es libre y por
ser libre es un agente responsable de su propio destino” (Julio Meinville . Op. Cit P. 18).
Así, el dominio del príncipe de este
mundo se expresa en la concatenación de los actos humanos individuales y colectivos que proceden todos de innumerables caídas
de personas en la tentación, cuantos sujetos compongan una colectividad, así
como de la innumerable cadena de acciones con las que cada individuo confirma su voluntad en el pecado.
Ello forma un universo de pecado, en
el que el demonio entrega a los suyos poder, gloria mundana; riquezas, satisfacción de sí mismos, alegría y fama (Lc. 4, 1-13; 6, 24-26). La expresión general de las acciones que proceden del ejercicio
de estos activos diabólicos y de la libre voluntad de los que por el pecado se han entregado al diablo, forman lo que se llama
"el mundo", que es un agente de tentación para los de Cristo. Queda así establecido el origen y la relación entre estos dos
agentes, el diablo y el mundo.
Así, las acciones con las que el demonio
establece su dominio en cada persona, mediante su caída en la tentación y enseguida el trabajo para que cada uno de los caídos
permanezcan hundidos y se hundan cada vez más en el pecado; esta voluntad del demonio, conjuntamente con la voluntad de los
que quieren permanecer en el pecado, --porque les gusta y así han establecido un modo de vida; que se han convertido por ello
en hijos del diablo, los que ignoran al diablo pero con sus obras pecaminosas también son sus hijos, así como los que sepan
de su estado pecaminoso y quieran salir de el, pero con sus actos cotidianos confirman su pertenencia al reino de las tinieblas—
constituyen la masa resultante llamada mundo, el cual tiene una fenomenología.
En todas las relaciones que ocurren
en lo social, en la cultura, el pecado rompe con el orden de las formalidades fundamentales de la existencia del hombre
desde la redención. Mediante este proceso, el demonio y los que son del él, que constituyen al mundo, trabajan en la acometida
para perder definitivamente al hombre.
Una vez que el hombre perdió la
vida divina con el pecado original el demonio obtuvo una victoria que parecía ser definitiva, lo cual fue destruido con
la redención de Cristo. Una segunda acometida la realiza como ha quedado descrito, para que el hombre desprecie esta redención
y se pierda a sí mismo, cometiendo pecados.
Mientras que en su primera relación
con el hombre, el demonio lo hizo pecar para perder la vida eterna, que Dios le dio regalada con la gracia adamica, cuando
fue creado, sujeta a prueba de obediencia de amor, en la segunda relación, el diablo busca que el hombre desprecie la redención
de Cristo con la que le dio la misma vida divina ya desde la vida terrena.
El padre Julio Meinville explica la
ruptura que se da con el pecado posterior a la redención.
“En el
hombre, conflicto de potencia pura y de acto puro, coexisten desde la redención, cuatro formalidades fundamentales que explican
las cuatro etapas posibles de un ciclo cultural. En efecto, el hombre es algo, es una cosa. El hombre es animal, es un ser
sensible, que sigue el bien deleitable. El hombre es hombre, es un ser racional que se guía por el bien honesto. Y por encima
de estas tres formalidades, el hombre participa de la esencia divina, esta llamado a la vida en comunidad con Dios. Existen,
pues, en el hombre, cuatro formalidades esenciales: La formalidad sobrenatural o divina. La formalidad humana o racional.
La formalidad animal o sensitiva. La formalidad de realidad o cosa. En un hombre normalmente constituido (digamos también
en una cultura normal), estas cuatro formalidades deben estar articuladas en un ordenamiento jerárquico que asegure su unidad
de dinamismo. Y así, el hombre es algo para sentir como animal; siente como animal para razonar y entender como hombre; razona
y entiende como hombre, para amar a Dios como dios. O sea: la formalidad de realidad
que hay en él debe estar subordinada a su función animal; la de animal, a su función de hombre; la de hombre a la función
sobrenatural. Lo cual se comprueba aún en el campo experimental por el hecho de que los procesos físico-químicos del hombre
están al servicio de las funciones vegetativas; esta al servicio del funcionamiento normal de los sentidos; la vida sensitiva
asegura, a su vez, la adquisición de las ideas y la vida psicológica superior, con todo el ordenamiento económico, político
y moral, que no es más que un medio para que el hombre se ponga en comunicación con su Creador. Por esto profundamente ha
podido escribir Santo Tomas de Aquino “todos los oficios humanos parecen servir a los que contemplan la Verdad”
. En otras palabras: la mística, la contemplación infusa de los santos, que no es sino el ejercicio más alto de la santidad,
es el destino más elevado de todo hombre; y así como no puede haber hombre más humano que el santo, no puede haber cultura
más cultural (de mayor densidad cultural) que aquella que está bajo el signo de la santidad...” (Op. Citl. Pp. 47, 48).
De acuerdo con Meinville, de estas
formalidades se desprenden funciones sociales bien caracterizadas, representadas por grupos sociales que se prestan servicio
mutuamente, para constituir el orden cristiano adecuado al desarrollo del último fin del hombre en la tierra, que es la salvación
y la santidad.
Las funciones económicas y políticas,
que corresponden a las funciones de cosa, animal y humana,
“son de
derecho humano, es decir, pueden revestir diversas formas de realización, con tal de que se respete su naturaleza esencial;
no así la cuarta, el sacerdocio que por voluntad de Cristo tiene circunscripta su forma concreta de constitución en el episcopado
unido con el Pontífice Romano” (Julio Meinville. Op. Citl.
Pp. 47, 49).
En este sentido la función de la Iglesia
jerárquica es asegurar el nacimiento de los individuos como hijos de Dios por la Gracia del bautismo y proporcionarle los
medios necesarios, esto es, los demás sacramentos y la predicación del Evangelio con la interpretación correcta para que cada
quien desarrollo en sí la vida divina. Este servicio lo proporciona a toda la humanidad y particularmente a la iglesia que
está constituida por el Pueblo de Dios, esto es, a los que sirve el sacerdocio y la jerarquía.
La función política que corresponde
a la razón tiene como fin propio hacer virtuosa la convivencia humana, a través de las leyes y el Estado. Enseguida están
las funciones económicas del capital y el trabajo que lo hace productivo, en beneficio de todos.
Para el demonio, el trabajo más amplio
que desarrolla en la historia, --el de tentar al hombre cuando termina la edad de la inocencia y el de hundirlo cada vez más
en un estado de pecado hasta que la violación de uno o varios de los diez mandamientos forme parte de su conducta habitual,
de su individualidad, para formar al mundo de sus hijos, que es su reino en la tierra—se expresa de manera colectiva
con el trabajo de destruir el orden cristiano anteriormente expuesto.
En este sentido, Meinville expone las revoluciones posibles: que lo natural se rebele contra lo sobrenatural, la razón
en contra de lo divino; que lo animal se rebele contra lo racional, que lo vegetativo se rebele en contra de lo animal y que
lo algo, se rebele contra lo vegetativo y lo animal.
De ello se desprenden ideologías y
sistemas político económicos que se han desarrollado a lo largo de la historia, siempre como rebeliones y revoluciones sangrientas
contra lo que permanece en el momento, para establecer enseguida un estado de mayor degradación.
El objetivo final es establecer el
reinado del diablo en la tierra, con la destrucción de todo orden cristiano y el establecimiento del culto demoniaco con sus
ritos y prácticas institucionalizadas.
Baste recordar que en las misas negras
y aquelarres se practica el sexo desenfrenado y antinatural en todas sus formas, y que una diversidad de fórmulas atribuidas al mismo diablo e incluso a santos, se realizan para obtener ciertas clases de poderes e incluyen
el asesinato ritual de niños, la extracción de partes de sus cuerpos y de su grasa; el asesinato de familiares, hijos, padres,
hermanos, etc.
Quienes se entregan al servicio del
diablo creen que este les dará el poder de hacerse invisibles, volar, convertirse en distintos animales, mandar sobre los
elementos de la naturaleza, obtener enormes riquezas, poder político, fama. Asimismo realizar hechizos y maleficios. Estos
poderes efectivamente los obtendrán teniendo por perpetrador de todo al demonio.
En los diarios de todo el mundo hoy
en día se sabe que renombrados políticos y hombres ricos, famosos y poderosos, tienen a su “chaman”, personal.
No está demás anotar esa práctica de todos los tiempos, de que quien ofrezca a su hijo o esposo/a al diablo en sacrificio
asesinato, obtendrá de este el favor que se le pida, como se dice en la mitología griega que hiciera el rey Agamenón cuando
mató a su propia hija en sacrificio para que Poseidón propiciara vientos para su salida a Troya.
Sin lugar a dudas, entre las principales
prácticas que el demonio busca institucionalizar es la del asesinato de niños, hoy en día mediante el aborto, así como la
sodomía y el uso de anticonceptivos. Pareciera que ambos pecados institucionalizados le sirvieran como vértice de su culto.
Respecto del plano individual, la Iglesia
alerta acerca de las formas en que el demonio ataca al hombre, para que pueda resistirle firme en la fe (I Pe. 5, 8-9). Tradicionalmente
se enuncian tres: tentación, obsesión y posesión.
El objetivo primario del demonio siempre
es que el hombre cometa pecado, que puede ser de pensamiento, palabra, obra y omisión. Este es el objetivo de la tentación
y de la obsesión.
El objetivo siguiente del diablo consiste
en que el sujeto contraiga el hábito de pecar, por lo cual él mismo se induce a un estado de obsesión por dicho pecado y/o
como sujeto activo recibe del diablo el estado de la obsesión diabólica. En este momento, es en el que puede ser objeto de
posesión de un diablo por tal o cual pecado.
Este tipo de posesión ha sido escasamente
tratado en la teología, pero su importancia es superlativa por su proliferación y frecuencia. Se trata de una posesión pasiva
si se confronta respecto de los fenómenos de la posesión satánica que trata el Ritual Romano la cual precisa el auxilio de
un exorcista. Por este conducto hay quienes se convierten en hijos del diablo.
Por cuanto a la obsesión y a la posesión,
exorcistas experimentados y ampliamente autorizados, han expuesto una gama de acciones demoniacas que producen fenómenos determinados
y permiten hacer diagnóstico para que el cristiano se pueda ayudar de mejor manera a resistir al maligno.
Considerando a estos fenómenos en cuanto
a su naturaleza, en este estudio coincidimos con la corriente espiritual que tiene por base de acción del maligno las tres
formas fundamentales anotadas, de las cuales se desprenden las demás debido al instrumento y medios que utiliza el maligno.
De manera enunciativa, se anota las
diversas influencias del demonio, según la experiencia del los padres Corrado Balducci, Gabriel Amorth, José Antonio Fortea,
y la enumeración que hace en su estudio Jesús Yáñez Rivera.
Corrado Balducci.
Infestación local:
acción del diablo en un lugar o sobre la naturaleza animada inferior. Casas, sitios específicos, plantas y animales.
Infestación Personal:
acción del demonio sobre una persona hasta llegar a influir en su guía directiva, pero sin poder sustituirse a ella, sin
nulificar el uso de la inteligencia y de la voluntad. Se encuentra sobre todo en: santos, exorcistas, demonólogos y en las
víctimas de maleficio.
Posesión: El diablo
sofoca la misma guía directiva de la persona o personas, que se convierten en instrumentos dóciles, ciegos y obedientes a
su poder. La persona no es conciente ni moralmente responsable de sus acciones. Se da en el individuo la presencia del demonio
y el ejercicio de su poder.
(Corrado Balducci. Op Cit. 2-4; Pp. 163-186).
Gabriel Amorth.
Infestación Diabólica:
ocurren en casas, objetos y animales.
Vejación Diabólica:
trastornos, enfermedades y males físicos en las personas
Sufrimientos Físicos
ocasionados por Satanás externamente: golpes, estruendos, espantos, etc que sufren los santos y personas que trabajan
determinadamente en su santificación.
Obsesión Diabólica:
acometidas repentinas de pensamientos obsesivos e incluso racionalmente absurdos, tales que la víctima no puede liberarse
de ellos que hacen a la persona que permanezca en estado de postración, desesperación, deseos de suicidio, etc.
Sujeción Diabólica:
ocurren a quienes se entregan deliberadamente al diablo, mediante pacto de sangre o consagración voluntaria.
Posesión Diabólica:
el demonio se apodera del cuerpo de las personas y las hace hablar y actuar como quiere sin que la víctima pueda resistirse.
(Gabriel Amorth. Op. Cit. Pp. 32-34).
Jose Antonio Fortea.
Maleficio: es el
poder de dañar a otros por pacto o colaboración con los demonios, mediante la realización de un ritual fetichista.
Hechizo: operación
mediante conjuros y rituales para obtener algo en beneficio personal con el concurso de los demonios.
Tentación: puede
ser normal, intensa o la llamada noche oscura del espíritu.
Circumdatio: acecho
intenso y prolongado contra una persona por los demonios, se le conoce también como obsesión. Puede ser interna, cuando el
demonio provoca visiones o sensaciones. Externa es cuando el demonio mueve cosas, produce ruidos u olores.
Influencia: el demonio
ejerce cierta influencia sobre el cuerpo de la persona, como movimientos involuntarios o conduciendo movimientos voluntarios.
Infestación: disturbios en objetos, lugares o animales, asociados con personas que han participado
en espiritismo y rituales satánicos.
Posesión: el demonio
posee el cuerpo de la persona y puede actuar y hablar a través de este.
(Luis Eduardo López Padilla.
Op. Cit. Pp. 215-216)
Jesús Yáñez Rivera.
Influencias: algunas
tentaciones, en los sentidos, mediante el pecado, malas costumbres, odios, egoísmos, el rechazo a Dios.
Daños: en activo
por la adivinación, magia, hechicería, atar o desatar maleficios, consulta a mediums espiritistas, etc. También por transmisión
generacional o por transferencia oculta que se realiza por maleficios. En pasivo también puede darse por permisión divina
en los santos.
Los daños se tipifican en:
Opresión: perturbación maligna pasajera; ruidos, olores fétidos, ver sombras y escuchar voces.
En el interior de la persona se manifiesta como mutismo, parálisis o cualquier tipo de daño físico.
Obsesión: perturbación
mental-psicológica de origen demoniaco; odios, deseos de suicidio, angustias, ansiedad, depresión, miedo, pensamientos morbosos.
Se incluyen sentimientos como desprecio contra la Eucaristía, rechazo a la iglesia, a lo sagrado, a Dios, etc, a las personas
religiosas, a los sacerdotes, etc.
Posesión: sujeción
y sumisión de la persona.
(Exorcismos en el Siglo XXI.
Jesús Yáñez Rivera. Ed. Paulinas. México. 9ª Edición. 2007. Pp. 67-68).